Siempre ocurre así cuando se avecinan días de revolución...
...Y hay pocos días tan representativos del cambio que toda revolución supone como un aniversario. Un recordatorio de ése cambio, precisamente.
...Y hay pocos días tan representativos del cambio que toda revolución supone como un aniversario. Un recordatorio de ése cambio, precisamente.
Un cumpleaños. El mio. Y no uno cualquiera, al parecer.
Hoy cumplo cuarenta años.
"Verdaderamente todos los corazones se muestran medrosos. Apenas se pude conversar con alguno que no veáis abatido y lleno de pavor", dijo el Poeta, y la frase parece expresamente escrita para describir a aquellos infelices que en estos tiempos extraños cometen la indignidad de cumplir cuarenta años. Pringaos.
Llevo todo el día escuchando bromas e indirectas, recibiendo amables felicitaciones y mensajes de cariño de mis amigos en los que asoma una y otra vez el latiguillo de la cuarentena. Se supone que tengo que estar deprimido. Se supone que tengo que tener resignación pero estar al mismo tiempo malhumorado o al menos un poco deprimido. La musiquilla irónica, casi sardónica, de toda esa gente que me quiere ha sonado durante todoe el día en mis oídos. Y por supuesto, cada vez que al oírles respondía que me encontraba estupendamente no hacía mas que confirmar una supuesta melancolía mal disimulada.
Por supuesto, sé a que se debe toda esta tontería. En nuestra sociedad, si no eres joven no eres nada. Dinero, Juventud y Belleza son los tres pilares que hacen que una vida moderna merezca la pena, y la pirámide social del triunfo te coloca arriba o abajo en función de cuánto tengas de las tres. Obviamente el dinero no es fácil de obtener, pero al menos puedes trabajártelo, o tener la esperanza de un golpe de suerte. La belleza escapa aún más a nuestro control, pero si tienes dinero puedes ayudarte de la cirugía, la ropa, el gimnasio y los cosméticos. Pero la juventud... La sensación angustiosa, insistentemente repetida desde todos los medios de que la juventud es lo máximo, lo mejor, lo más, lo único admirable, hermoso y deseable hace que uno tenga la sensación de haber nacido con una cartilla de ahorros que funcionara al revés, y en la que el patrimonio original fuera disminuyendo de un modo imparable. Puedes bracear desesperadamente contra ese fluir de la arena en el reloj imitando el lenguaje de los jóvenes, oyendo su música, vistiendo a la ultima, esforzándote desesperadamente por estar "en la onda" y "al loro" hasta extremos patéticos, o reaccionar con el disimulado desprecio y la hostilidad envidiosa de quien sabe que ha perdido algo que pasa por delante de sus ojos indolentemente y que él ya nunca volverá a tener.
Es decir, en cuanto dejas de ser joven pasas a convertirte automáticamente en un hortera o en un carca. Y de ahí al cementerio dos pasos, porque es como si hubieras dejado de existir, como si socialmente se te considerara ya cadaver. Todo lo que hagas será impropio, y si tienes la insensatez de dirigirte a alguien que no sea de tu edad o superior con alguna intención de socializar automáticamente serás un plasta o un viejo verde (a no ser que tengas una cantidad enorme de dinero, en cuyo caso seguirás siendo visible).
Sea como fuere, el caso es que la mayor parte de la gente que me conoce -es decir, conocidos, no amigos -intenta clasificarme en alguna de las categorias anteriores, y algunos, cuando no lo consiguen, parecen incluso a punto de cabrearse. Lo siento por ellos, porque su desconcierto los hace parecer confusos y vulnerables en medio de su cabreo. Hasta tal punto lo siento que voy a intentar explicarme.
En primer lugar, nadie quiere volver a tener vente años otra vez. Es una mentira como una catedral. Es un contrasentido total. La persona que enuncia el deseo tiene x años, y es una persona completamente distinta de la que era cuando tenía veinte años. Como ser uno mismo es la primera regla elemental de supervivencia de todo individuo, ser él mismo con veinte años sería pasar a ser otro, es decir, la muerte del ser que lo desea. Como nadie en su sano juicio desea dejar de existir, cualquiera que afirme tal cosa en realidad miente como un vil bellaco.
Lo que el individuo quiere decir en realidad es que le gustaría tener el cuerpo de cuando tenía veinte años. En la mayor parte de los casos la gente se "deja llevar" o "se abandona" al llegar a cierta edad, y la buena vida, el sexo estable y la comodidad les hace engordar y perder la forma delgada y nerviosa de cuando eran unos cachorros histéricos bullendo de hormonas y desesperados por mojar. Pero he aqui que la publicidad y la moda nos dicen que eso, parecer un cachorro de humano histèrico y famélico, es lo correcto, lo hermoso, lo deseable, y que todo lo que se aleje de ello es incidir en la fealdad. Y así, modelos de catorce años con medidas imposibles hacen que muchachas de esplendida hermosura que estrenan la veintena empiecen a agobiarse y a quitarse años a medida que sienten que se alejan de las tallas y las fotos de las portadas del Cosmopolitan. No saben -y lo que es peor, la presión es tal que de saberlo no les importaría -que engordamos con tanta facilidad y cambiamos todos a la vez al llegar a ciertas edades y circunstancias porque durante cientos de miles de años fuimos máquinas de ahorro eficiente que tenían que alimentarse a toda prisa y mantenerse vigilantes mientras corrían con sus hijos a cuestas, de peñasco en peñasco, escapando de los leopardos que les mordían el culo. Estamos diseñados para almacenar energía y gastar poco, y cada uno de nosotros -hablo del mundo occidental o desarrollado -engordando plácidamente y viendo discurrir ante sí una vida próspera cumple los sueños y expectativas de miles de generaciones anteriores que comieron bayas y raíces en la Sabana Africana, siempre durmiendo con un ojo abierto. Si todas esas generaciones delgaduchas y menudas hubieran podido escuchar las llamadas de mis amistades hoy se hubieran maravillado, pero desde luego no en el mismo sentido. Cuarenta años. Menudo fenómeno. Como mucho, ellos vivían treinta y cinco.
Pero volvamos al tema original. Veinte juveniles, felices, dorados años.
Me vais a perdonar, pero menuda mierda.
No voy a inventarme un dramatismo que no había. Para empezar nací en un país próspero, en una familia de clase media y con cosas aseguradas de por vida que para la mayor parte de la población mundial serán durante mucho tiempo una leyenda. Atención médica, comida, buena ropa. Si me tiraran de la lenguadiría que era un poco pijo. Las cosas que más preocupan normalmente a los post-adolescentes no se me daban del todo mal, y combinaba el deporte y los libros, salir y estudiar, los colegas y las tías con bastante buena mano.
Y sin embargo, para mí aquello era una mierda. Lo recuerdo con muy poco entusiasmo, si he de ser sincero. Hasta los 21 años tenía hora para entrar en casa (a las 11:05 ya había movida si no entrabas por la puerta). No tenía ningún control sobre mi vida. No podía pasar una noche fuera de casa sin pasar por trances vergonzosos de padres de amigos intercediendo. Si me quedaba solo en casa había control de horarios por teléfono. Para poder hacer en alguna medida lo que me daba la gana -con 19 o 20 años -tenía que mentir e imaginar, o como diría Mulder, ocultar confundir y ofuscar, y eso me causaba un enorme enojo, porque mi carácter lo llevaba muy, pero que muy mal. Me asfixiaba. Para hacer pesca submarina con los amigos tenía que cambiarme en el sótano del edificio, a escondidas, siempre todo a escondidas, porque todo lo inhabitual era peligroso, inconveniente o estaba prohibido "por si acaso". Perdí cinco maravillosos veranos de mi juventud (el verano es increíble en la ciudad costera en la que vivo) para enterrarme en un pueblucho miserable de Castilla en el que me sentía morir y del que solo salía para volver a clase. Tenía una paga semanal humillante, ínfima, exigua y encima me impedían tener un trabajo (suponiendo que hubiera habido alguno) porque no estaba bien visto y había que estudiar. Cada presentación de notas a firmar era una ceremonia humillante para mí, y si encima eran malas ya ni te cuento. Y por si fuera poco me tocó vivir mi juventud en plena crisis económica de los ochenta, cuando encontrar un trabajo siquiera temporal era imposible, y lo único que funcionaba eran los enchufes. Y cuando llegó la hora de elegir una carrera por supuesto fue elegida la más "conveniente", aunque era muy moderno decir a las amistades que podía estudiar lo que yo quisiera (siempre y cuando, claro está, "lo que yo quisiera" coincidiera con sus gustos).
¿Que porqué aguanté? Porque tenía dos hermanos menores. Porque la única opción alternativa era el hambre. Porque no tenía experiencia, porque estaba solo y asustado y porque tenía miedo. No sabía de la vida más que lo que me contaban, y lo que me contaban estaba cuidadosamente preparado para que el miedo no disminuyera. Y también porque aprendí a desarrollar recursos para no morir de rabia. Cuando la única alternativa posible dejó de ser el hambre y fue sencillamente el abandono y la estrechez abracé la oportunidad como quien se abraza a un madero después de un naufragio porque con los tiburones al menos tendrá alguna oportunidad...
No voy a hablar de mis padres. Supongo que pensaban que hacían lo mejor. Imagino que tenían sus propias limitaciones y sus propios miedos. Hicieron lo que pudieron, cubrieron mis necesidades de un modo ejemplar, me dieron una cuidadosa educación y se tomaron su trabajo en serio. Supongo que amaron cuanto sabían o como podían, y además esa no es la cuestión.
Comparado con el de hoy, aquél era también otro país. Y de todos modos, por encima de todas las cosas está el carácter de cada uno, su idiosincrasia, lo que le arde por dentro. Conozco a gente de veintipico años que vive feliz en su jaula de oro y cuyos pensamientos y opiniones son un trasunto de los de papá y mamá. Hay gente que se siente a gusto siguiendo los dictados de otros, gente que espera que le digan qué es lo correcto y cómo proceder. No pienso que sean mejores ni peores que yo. Sencillamente, yo me volvía loco.
La rabia me consumía. De no ser por ciertas válvulas de escape no sé en que me hubiera convertido.
Pero el tiempo pasó. Y lo más importante que trajo consigo el correr del tiempo fue que las limitaciones disminuían, y que iba tomando cada vez más control sobre mi vida. Cada año que pasaba aumentaba el porcentaje de decisiones que tomaba libremente, cada vez eran más las elecciones que quedaban en mi mano. Hay gente que mide la felicidad en la cantidad de sexo, dinero o poder que alcanza, en el prestigio que consigue, en la acumulación de conocimientos o en la cantidad de gente que le quiere. Para mí, la felicidad depende, en buena medida, de algo tan sencillo como mi soberano derecho a hacer lo que me de la gana (siempre y cuando al hacerlo no perjudique a nadie, y aprendiendo a poner la cabeza cuando por una elección propia tal cosa suceda). Y así, a medida que pasaban los años descubría que las responsabilidades, cuando son libremente adoptadas, no pesan tanto, y que las decisiones que uno mismo toma no duelen tanto cuando llevan al fracaso. Me joden, pero son mías, y por lo tanto me joden mucho mejor, y además me besan en la boca...
Y por supuesto, la vida pasa. Porque ya sabéis, es eso que te va ocurriendo mientras tú haces planesy es imposible tener el control total, hacer uno siempre lo que quiere. Están los demás, las limitaciones naturales, la conciencia, la capacidad. Pero precisamente porque hay tantos impedimentos y es tan difícil vivir la vida como uno quiere, la libertad de elegir es una de las cosas por las que merece la pena luchar. Y para poder elegir se necesita un poco de experiencia. Elegir sin saber cuales son las opciones no es elegir.
Ni loco quisiera volver yo a mis veinte años. Ni, dicho sea de paso, a los de nadie.
Me ha costado trabajo llegar aquí con cierta independencia, y en general me gusta donde estoy. Y puede que precisamente por eso, por el control adquirido y por no pensar en lo que los demás consideran o no conveniente, me visto como me da la gana, y tarareo la música que me da la gana, y hablo como me apetece y de lo que me apetece, y no pierdo siquiera un instante en pensar cómo se supone que debería vivir o que pensarán de mí los demás cada vez que hago una cosa diferente.
Y en cuanto a tener el cuerpo de los veinte años, pues no sé...
En primer lugar no recuerdo muy bien cómo era. Hay fotos, sí, pero las fotos no me dicen cómo me sentía en él. He estado tan ocupado viviendo y usándolo que no me he preocupado de medir qué podía o no hacer, y en todo caso he seguido haciendo cosas físicamente -muchas que no me dejaban hacer con aquél cuerpo de veinte -y encima he aprendido algunos trucos. Supongo que cuando lleguen los achaques y los dolores lo echaré de menos, pero la verdad es que no lo sé. El hombre que viva en él dentro de unos años y cuente sus impresiones será en realidad un desconocido con cierto parecido y menos pelo, y no sé hasta que punto estaré de acuerdo con él.
Aunque algunas cosas las veremos igual, me parece. Así que cuidado con los bastonazos...
Vuestro, afectuosamente
Skalagrim.
Postdata: El regalo de hoy no podía ser más adecuado, porque el viejo cachondo sesentón y roquero, Rod Stewart, me ha acompañado durante toda esta perorata, y aunque el disco Very Best hace la elección muy difícil, Rhythm of my Heart me pone la carne de gallina cada vez que la oigo.
Será por las gaitas...