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01 mayo 2006

Aullidos, nocturnidad y un tendido ferroviario (3)


Han tardado lo suyo, pero llegan a toda prisa en un Nissan Patrol de los nuevos, con las luces destellando. Bajo hacia ellos a la carrera y llegamos prácticamente a la vez al cruce, donde enciendo la linterna y hago señales para que me vean. Las luces lejanas apenas iluminan nada a este lado de la carretera. Son dos, un veterano de bigote -por supuesto -y un guardia joven que es el que conduce. Al llegar a mi lado bajan la ventanilla.
- ¿Habrá llamado usted a la Guardia Civil? -me pregunta.
Esto a punto de decírle que no, que salgo todas las noches con una linterna a pasear por el monte a ver si me abducen, pero consigo contener a la bestia Bakunin agazapada más allá de mi garganta y señalo camino arriba.
-Los gritos son por allí -les indico, y echo a andar de nuevo cuesta arriba. El coche me sigue.
Unos segundos más tarde se detiene junto a la vía y salen empuñando sus linternas reglamentarias. Yo señalo la casa a nuestras espaldas y les explico que desde allí se oían los alaridos, y que donde ahora tienen el coche podían oírse con toda claridad hace unos minutos, aunque no ha vuelto a oírse nada desde hace un rato.
Ellos miran con desconfianza el largo túnel sombrío que forma la vía del tren bajo el dosel de arboles, y uno de ellos se adelanta hasta casi tocar los raíles, y grita a la oscuridad, preguntando que si hay alguien ahí. Nadie responde. Se vuelven hacia mí. El guardia veterano me pregunta que si soy vecino del lugar. Le respondo que sí.
-Hombre... -me dice - ...pues conocerá usted mejor el terreno...
El más joven sostiene la linterna en alto para no deslumbrarme y me mira, animándome a avanzar, dándome a entender que si algo sale de las sombras ya está él allí para freírlo a fotonazos con su bombilla halógena. Y yo alucino un poco, pero sólo un poco. En realidad, dadas mis tormentosas relaciones con el Cuerpo, ya estoy resignado. Enciendo de nuevo mi linterna de pescar y avanzo sobre la vía seguido de cerca por los guardias, que me cubren como si estuviéramos rodando la versión pueblerina de Blackhawk Derribado.
Entonces resuena. Un bramido espantoso vuelve a salir de las sombras.
Yo ya lo había oído antes, pero ellos no. Pegan un salto. Los dos a la vez. Luego apuntan sus rayos hacia la oscuridad sin acertarle a nada, como si fueran tropas de asalto de Star Wars. Los arcos de luz cortan el aire sin encontrar más que siluetas confusas, y me doy cuenta de que las mueven demasiado deprisa para poder enfocar nada. El bramido se repite ante el baile de luces, y suena aún más aterrador por la proximidad.
- ¡Hay alguien ahí -dice el guardia más joven. Es un portento, me digo. Llegará lejos.
Yo barro también las sombras con mi linterna. No es tan imponente como las linternas metálicas de los guardias, pero ha sido pensada para iluminar recovecos y agujeros bajo el agua, y en tierra es mucho más eficaz. Entonces me fijo en algo que se mueve en el suelo y que no habíamos visto porque tendemos a buscar cosas a la altura de nuestro pecho o nuestros ojos, y no al ras del suelo. Algo se mueve allí. Y entonces, al bajar el haz de luz hacia el suelo y señalar el movimiento, los otros dos haces se unen al mío, y alguien grita al sentir la luz tan cerca.
Es una voz de mujer. Los guardias se adelantan rápidamente e iluminan la escena.
La visión es asombrosa. Los raíles discurren sobre traviesas de hormigón que a su vez se apoyan en una masa de piedras sueltas que forma una ligera elevación sobre el terreno. Para impedir que la base de piedras se desparrame, los ferroviarios diabólicos han construido un muro de hormigón allí donde hay pendientes demasiado fuertes (el muro acaba justo antes de llegar a nuestro huerto, y por eso las piedras caen alegremente sobre él, invadiéndolo año tras año).
Entre ese muro y la base de piedras de la vía hay una mujer de mediana edad completamente encajada. Uno de los guardias me pide que sostenga las linternas, y bajo su luz preguntan que si tiene algo roto. Yo enfoco la luz al suelo, alrededor de ella, y no encuentro ni una mancha de sangre. La mujer dice que le duele todo, y parece confusa y desorientada. Sólo acierta a decir que está encajada. Finalmente ambos agentes tiran a la vez de ella y la ponen en pie.
A mí casi se me caen las linternas. La reconozco.
La bestia Bakunin se revuelca en mi interior, gira, se aprieta el vientre, se muere de risa, se carcajea en mi estómago mostrando sus dientes blancos y afilados. "Lo sabías", me susurra. La puta verdad es que no lo sabía, pero algo intuía. Es la mujer del individuo que pasó por mi lado hace unos minutos, tranquilo y sonriente, de camino a la fábrica.
Su historia personal es bastante rocambolesca (esto es, no lo olvidemos, un pueblo pequeño, y uno acaba enterándose de las cosas quiera o no). Casada durante muchos años con un trabajador de la fábrica con quien tiene tres hijos ya mayores, hace un par de años causó un enorme revuelo abandonando su casa de la noche a la mañana para irse a vivir con un compañero de trabajo de su marido y vecino de puerta. El mismo, en efecto, que hace poco pasara sonriente, y con quien mantiene una relación bastante tormentosa. Ambos tienen cierta afición al levantamiento de vidrio en barra fija, y se dice que también practican la lucha libre y el lanzamiento de objetos con cierta frecuencia.
- Oiga, agente... -intento decir, pero el guardia más joven me hace un gesto para que me calle. Yo lo que quiero decirles es que sería conveniente salir de allí cuanto antes, porque estamos en una vía con cierto tránsito y aún puede pasar algún tren y arrollarnos. Estamos al final de una curva, y antes de que el conductor pudiera vernos nos convertiríamos en pegatinas en el frontal de su cabina. Pero la Benemérita está concentrada en sus investigaciones, y todo lo que yo pueda decir en ese instante les parece secundario.
Vuelven a preguntar que si tiene algo roto y ella dice que no lo sabe, pero apoya ambos pies en el suelo y mueve los brazos. Observo que tiene puestas unas finas gafas de montura metálica. Están en perfecto estado. Ella mira a los guardias, mira la luz que la deslumbra y frunce el ceño sin entender nada. Los cristales de sus gafas reflejan la luz en todas direcciones, no tienen ni una brecha. Viste un pantalón de chandall, zapatillas de andar por casa y una chaqueta verde de lana, la típica vestimenta horrorosa, cómoda e informal que la gente suele vestir en el pueblo cuando no espera visitas. Un guardia le pregunta nuevamente que si tiene algo roto y ella le mira alucinada, como si no supiera de qué le está hablando.
- Señora, ¿recuerda como fue a parar ahí...? -pregunta el guardia más veterano.
Ella niega con la cabeza. Luego logra articular una pregunta.
- ¿Quienes son ustedes?
- Guardia Civil, señora. ¿Puede usted andar? ¿Le duele algo?
- Oigan... -lo intento de nuevo. Me hacen callar con un gesto. A mí se me hinchan las pelotas y la bestia Bakunin se asoma, encantada, a mi garganta.
- Si no le duele nada le va a doler en breve -me oigo decir a mí mismo, aterrado. - En cuanto la pille el tren, que debe estar al pasar...
Los guardias levantan la cabeza y me miran sorprendidos. El más joven hace gala nuevamente de su fina capacidad de asimilación.
- ¿El tren...? ¿Va a pasar ahora? ¿Por aquí...?

No, estoy a punto de responderle, va a pasar por la carretera. Las vías las hemos puesto porque nos va el mobiliario urbano de diseño. Algo alternativo, en plan performance, no te jode...
- En breve, creo -y no digo nada más, aunque tanta contención me va a costar una úlcera.
Entonces se mueven deprisa. La mujer camina con dificultad, pero eso es normal en esa grava gruesa que se mueve en todas direcciones. Yo he ido retrocediendo, iluminando el camino. En un par de minutos llegan al Patrol y la sientan en el asiento trasero. El guardia veterano le pregunta una vez más que cómo se encuentra. Ella parece controlar ya en cierta medida movimientos y pensamientos, y se fija en las luces que la enfocan. Sabe que hay alguien más ahí, detrás de las linternas, y le intriga quien pueda ser. Está claro que está intentando pensar. La cuestión es qué.
Y en ése instante la tierra tiembla, un traqueteo asombroso nos silencia, y una mancha de luz blanca y azul pasa a nuestro lado, por encima de los raíles que ocupábamos hace unos segundos. Lleva una velocidad demencial, y hace que el guardia más joven me mire, asintiendo casi con admiración.
- ¡Joder, con el tren...! -dice.
, me digo yo, así, por las vías, sin avisar, el muy cabrón.
El guardia veterano reflexiona sobre ello sólo unos instantes. La mujer sentada en el automóvil no dice nada, solo los mira impasibles e intenta escudriñar más allá de las luces. El guardia joven me pide las linternas, me da las gracias y le pregunta a ella si recuerda algo de lo ocurrido.
Entonces, al mismo tiempo que intenta ver mi rostro en las sombras -estoy a contraluz, y solo soy una silueta a sus ojos, y prefiero mantenerme así -empieza a narrar una historia alucinante.

Por lo que recuerda, la señora bajaba por la cuetas a las ocho de la tarde en dirección a la estación del tren, a buscar a su cuñada, cuando un misterioso coche gris se detuvo a su lado en el camino. Los guardias se miran entre sí, desconcertados.
- ¿Un misterioso coche gris...? -dice uno de ellos. Yo avanzo un par de pasos, y veo que la expresión de desconcierto del guardia joven se ha transformado en fastidio. Me doy cuenta de lo que le pasa. La mujer le mira tan de cerca que le sumerge en su aliento literalmente a cada suspiro, y sonrío para mis adentros pensando que si el guardia acercara a ahora un mechero al aliento de la señora descubriríamos el origen de las leyendas sobre los dragones.
Ella asiente. Muy misterioso, recalca. Tiene un leve acento gallego que se refuerza a medida que recobra la lucidez y la historia adquiere cuerpo, lo que hace la situación un poco más insostenible desde el punto de vista de mantener la compostura. No aclara si el vehículo era misterioso por ser coche o por ser gris. Además, dice dos hombres viajan en él. Lo dice con un tono que indica que eso es aún más misterioso. Le preguntan que a dónde va. Ella les responde que a buscar a su cuñada al tren (todo el mundo, cuando es detenido por desconocidos en la calle, da toda suerte de explicaciones, ¿verdad?). Ellos le responden "No, señora, no va usted a ningún sitio", y salen del coche poniendose unas medias por la cabeza para no ser reconocidos (si, yo también estuve a punto de partirme). Entonces se abalanzan sobre ella, la levantan por manos y piernas y la llevan hacia la vía -sin romperle nada, sin que las gafas se caigan en el forcejeo, sin que pierda las zapatillas de andar por casa, vamos, prácticamente una abducción de expertos -y sin hacer caso de sus protestas la encajan cuidadosamente entre el muro y el talud de piedra. Tras lo cual ni siquiera se dan a la fuga, tranquilamente se largan. Y ella se queda allí durante horas, y a ratos siente cómo algo enorme y ruidoso pasa justo sobre su cabeza -un tren, nada menos -, y se despierta (y aún lo dice) gritando de miedo, y yo ya sé de dónde salían los bramidos inhumanos que oíamos desde casa. Cada vez que salía de las pesadillas de su particular coma, pasara el tren o no, la señora literalmente aullaba, hasta quedar finalmente ronca y lanzar unos gemidos que parecían de todo menos humanos.

La cara de los guardias es un poema. El más veterano, que está un poco más lejos y no siente de cerca la evidencia etílica que flota en el aire, aún pregunta.
- ¿Le robaron algo?
Ella hace ademán de buscarse los bolsillos, pero aún no tiene tanta coordinación como para eso, y lo deja estar. No recuerda. No recuerda ni lo que llevaba encima, así que tampoco tiene idea de lo que le falta, si es que le falta algo. El guardia le pregunta entonces si pudo fijarse en sus asaltantes, si pudo ver cómo eran, si eran jóvenes o adultos, si los reconocería.
Y entonces ella fija su mirada en mí de un modo casi obsesivo. Y yo lo leo en sus ojos. Ha ido tomando forma mientras hablaba, mientras contaba la increíble historia sin quitarme ojo de encima.
No llevo uniforme. No me ha reconocido aún, pero mi rostro le resulta familiar, así que no soy un guardia. Sabe que cuando su marido se entere de esta fiesta va a haber lío. Dejando de lado las posibilidades de que todo esto sean asuntos entre ellos -no puedo quitarme de la cabeza la media sonrisa de él cuando nos cruzamos -la historia hay que mantenerla como sea. Si es algo que tiene que ver con ellos y sus peleas, ahora mismo está inventando esta historia para defenderlo a él y tapar lo ocurrido. Si él no tiene nada que ver (¿y la media sonrisa?) y sencillamente se trata de que bajaba en tal estado por la carretera que se cayó a la vía, su afán por dar verosimilitud a la historia es un intento desesperado de que él no le pase cuentas luego por haber montado este show, y la historia del ataque le viene de perlas.
Y tener a un culpable mucho más.
Hace rato que lo leo en sus ojos. Está estudiando, entre brumas etílicas, con las únicas armas de su intuición femenina y su astucia confusa, la posibilidad de estirar un dedo y decir "ése era uno de ellos", y meterme en un lío alucinante que me puede fastidiar la vida. Cualquier cosa con tal de no tener una pelea o de que él no la abandone, lo mismo da. Detrás de los cristales de las gafas sus ojillos se han convertido en dos líneas finas y apretadas mientras casi se pueden oír girar las ruedecillas y engranajes de su cerebro.
No las tiene todas consigo, no obstante. Mi cara le resulta familiar (me conoce de vista, por supuesto, pero está demasiado confusa para darse cuenta) y además estoy con los guardias. Sostenía sus linternas. Me ha oído hablar con ellos. No sabe cuál es mi relación con la patrulla, y esto la detiene. Finalmente, su cabeza cae hacia un lado y dice que tiene que hablar con su marido.
-Tendremos que llevarla a un centro médico, señora, por si tiene algo roto. Y para que le hagan un chequeo.
Ella levanta la cabeza rápidamente.
- Ah, no. Yo tengo que ir a mi casa. Y tengo que avisar a mi marido -insiste.
- ¿Sabe usted dónde se encuentra su marido, señora? -pregunta el guardia joven.
Ella le mira, confundida.
- En la fábrica -respondo yo. Los guardias se vuelven hacia mí y yo señalo las luces lejanas -Mientras les esperaba a ustedes en el cruce él bajó por el camino hacia la fábrica. Está a turnos, y supongo que habrá entrado a las 10.
Los guardias parecen darse cuenta entonces de que me habían olvidado. Miran hacia las farolas lejanas y se vuelven hacia la casa que tenemos detrás, hacia las luces encendidas en las ventanas. - ¿Usted la conoce...?
Les explico que es vecina de un conjunto de casitas cercano, subiendo por el camino en el que nos encontramos. El guardia joven mira a su compañero y le dice que la van a subir a casa, y que desde allí, si ella lo desea, la llevarán a un centro médico. Cierran la puerta trasera del vehículo, donde queda casi tumbada, y se vuelven para darme las gracias. Yo les indico las ventanas iluminadas y les explico que desde allí oímos los gritos, que vivo en esa casa y que para lo que necesiten pueden encontrarnos ahí. Luego se suben al coche y se van, camino arriba, hacia la casa de la supuesta víctima, y no cuesta abajo, hacia la carretera general y los hospitales.
Y yo me quedo unos instantes allí en la oscuridad, pensando.
En primer lugar en el extraño comportamiento de la Guardia Civil. En estos casos lo primero es llevar a la víctima a un centro médico, donde se haga un reconocimiento y un parte de lesiones. Que no hayan insistido en eso me parece un tanto extraño.

En segundo lugar no han registrado la zona, no han buscado huellas u objetos, no han dado una vuelta por los matorrales y no han insistido en indagar la historia de la mujer. No parecen demasiado interesados, y a pesar de mis desacuerdos con la Benemérita sé que ése proceder no es habitual. A pesar de la lentitud de los procesos, de la falta de medios, de la escasez de personal y de cierta cortedad de miras institucional, una vez que la Guardia Civil clava los dientes en algo es difícil que lo suelte. Sobre todo si se trata de una agresión. Si esta mujer hubiera levantado la cabeza diez centímetros cuando los trenes pasaban sobre ella se la habrían arrancado.
Y sin embargo no han dado la más mínima importancia a la historia. Ni siquiera han puesto una señal en la zona para impedir el paso y poder investigar a la luz del día. Esta claro que su experiencia y las evidencias les han dejado claro que no hay historia que investigar. Lo cual puede ser aventurado e incluso imprudente, pero por algún lado hay que empezar a cribar el trabajo cuando hay demasiado, y supongo que investigar primero lo que le ocurre a la gente que no se ha bebido hasta el agua de los floreros es un sistema de filtrado tan bueno como cualquier otro.
Al cabo de unos minutos, mi primera reacción se ha transformado en cabreo. Es un cabreo indefinible, oscuro y denso, que tiene que ver con las miserias humanas, con nuestra triste condición, con la vulgaridad y la estupidez, con lo cutre y lo insidioso. Recuerdo su mirada estudiando la posibilidad de señalarme y me cabreo por el desastre que he rozado, por lo miserables que podemos llegar a ser cuando tocamos fondo, por lo sucio de las motivaciones humanas, por nuestra indiferencia hacia la suerte de los demás cuando algo nos va mal. Por nuestro egoísmo, nuestra cutrez y nuestras debilidades somos malditos. Tengo un rebote de órdago, y me niego a ir a casa con un cabreo que los demás no tienen porqué soportar.
Y entonces, de pronto, la memoria me trae un recuerdo de hace años. De un Skalagrim que aún no era Skalagrim cruzando los majestuosos puentes del Sena una noche de noviembre, con las luces brillantes de la ciudad a mi alrededor y su reflejo en el agua. Un mundo sin internet y sin móviles, no hace tanto tiempo, aunque podría hacer mil años. Había un hombre tendido bajo una farola, apoyado en la barandilla de piedra labrada, dormido sobre su propio vómito. Podría haber estado muerto. Uno de mis tíos parisinos que hacía de cicerone tiró de mi, diciendo que no era nada, y yo intenté buscar un guardia, pero no estaba en mi ciudad, ni en mi mundo, y acabaron metiéndome en el coche, y ni siquiera pararon al cruzarnos con alguna patrulla para avisar. Para decir que podía haber un hombre muerto, ahogado en sus propios vómitos, a unos pocos pasos de las calles brillantes y los monumentos iluminados.
Qué distinto, me digo, de las prisas, los golpes, los gritos en mi puerta. De las carreras de Cris, la cara descompuesta de mi hijo, las guías de teléfonos revueltas, las llamadas y los nervios. Que diferente de la preocupación, la angustia, la sensación de urgencia, el peso de saber, intuir o creer que hay alguien más allá del círculo de luz que necesita nuestra ayuda. Somos muy poca cosa, los seres humanos. No somos rápidos, ni fuertes, no tenemos visión nocturna ni colmillos afilados. Pero cuando uno de los nuestros grita, acudimos. No echamos a correr en dirección contraria, echamos a correr hacia él. Y la ayuda, aunque tarde, llega. La guardia civil acudió y entró en la oscuridad delante de mí por un sueldo de mierda por el que Bill Gates no levantaría un pie del suelo.
Aún no estamos en París, me digo. Basta con ver el puto paisaje, me responde, desde mi estómago, la bestia Bakunin. Pero ya no importa. De pronto me he dado cuenta de que vivo rodeado, básicamente, de gente increíblemente decente. De gente que creía que ocurría algo, que alguien, probablemente un desconocido, estaba en peligro. Y el recuerdo de como todo eso les afectaba y removía ha cambiado mi humor. En sus actos, qué angeles me susurra una vocecilla en mi interior.
Me ha ocurrido como a Hamlet, pero al revés. Lentamente emprendo el camino de regreso sintiendo que la tierra vuelve a ser una hermosa armazón, y el aire un dosel tan excelente, y mientras lo hago sonrío en las sombras, porque una vez más, hace mucho tiempo, alguien garabateó unas líneas capaces de describir lo que ahora siento mucho mejor de lo que hubiera podido expresarlo yo...

What a piece of work is a man! How noble in reason! How infinite in faculty! In form and moving how express and admirable! In action how like an angel! In apprehension how like a god! The beauty of the world! The paragon of animals!

Vuestro, afectuosamente

Skalagrim

1 Comments:

Blogger Daven said...

Woooow!
Y toca a su fin nuestra historia por fascículos. Me alegra q, después de tantos cliffhangers, el final no defraude ;)

Una peazo historia. Se podría componer en relato corto, desde luego. Personajes carismáticos, ambientes extraños, tensión terrorífica... ¡Hasta tiene final feliz!

*Aplaude* =)

11:49 a. m., mayo 01, 2006  

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