Compartiendo impresiones: V de Vendetta
Sí, ya sé, la película va a estrenarse dentro de unos días. Puede que hoy mismo.
Sí, ya sé, la película va a estrenarse dentro de unos días. Puede que hoy mismo.
Precisamente por eso he intentado adelantarme con esta entrada. Porque una vez hayamos visto la película, será ya imposible aislar lo que el cómic nos había dicho por sí mismo, y nuestras percepciones de la historia se verán probablemente -espero que con algún provecho -contaminadas para siempre por las imágenes de la pantalla. Somos animales visuales, y la sofisticación que en nosotros ha alcanzado ese sentido trae también sus servidumbres. No sé hasta que punto esto resultará injusto con el cómic. Sea como fuere, es de éste, y no de otra cosa -aún no -de lo que quería hablar aquí.
Y convendría empezar por decir, en primer lugar, que no soy un experto en comics.
Esto no quiere decir que no lea comics. Por si a estas alturas no te habías dado cuenta, amable visitante, le tengo un cierto apego al fantástico y a la CF, y ello implica casi forzosamente tener referencias del mundo del cómic, aun cuando no sea éste el medio de expresión que más atrae mi atención. La tuvo durante un tiempo, antes de que los pedantes, los aburrecachalotes y los pseudointelectuales se cargaran el cómic europeo con sus comeduras de tarro depresivas y sus idas de olla pretenciosas.
Pero esa es otra historia, y tampoco será contada aquí y ahora. Ni hablar.
La historia que sí será contada empezó en algún momento de los noventa, en una mañana aburrida de verano, cuando por alguna razón bajé a un kiosko cercano a la oficina. Ojeaba algunas revistas de informática (bueno, vale, esas también) cuando vi algunos comics justo al lado. Uno me llamó la atención en particular, lo ojeé, empecé a leerlo, me lo llevé (ni yo ni gran parte del mundo sabíamos en aquel momento quién demonios era el tal Alan Moore). En el cómic había un tipo extraño, oculto tras lo que parecía una máscara con coloretes, vestido como un sombrío caballero inglés del XVI. Había también una Inglaterra contemporánea sometida a una dictadura feroz, y a pesar de que los dibujos no eran nada del otro mundo su forma de servir a la historia sin crear distracciones resultaba casi un alivio. Aquel día no hice gran cosa en la oficina. Las páginas volaban.
Era una serie. Tuve que buscar más cuadernos, esperar meses, reunir los pedazos de la historia en el difícil entorno de una ciudad de provincias con apenas una o dos tiendas especializadas. Me costó trabajo, pero al final conseguí leer V de Vendetta.
Y convendría empezar por decir, en primer lugar, que no soy un experto en comics.
Esto no quiere decir que no lea comics. Por si a estas alturas no te habías dado cuenta, amable visitante, le tengo un cierto apego al fantástico y a la CF, y ello implica casi forzosamente tener referencias del mundo del cómic, aun cuando no sea éste el medio de expresión que más atrae mi atención. La tuvo durante un tiempo, antes de que los pedantes, los aburrecachalotes y los pseudointelectuales se cargaran el cómic europeo con sus comeduras de tarro depresivas y sus idas de olla pretenciosas.
Pero esa es otra historia, y tampoco será contada aquí y ahora. Ni hablar.
La historia que sí será contada empezó en algún momento de los noventa, en una mañana aburrida de verano, cuando por alguna razón bajé a un kiosko cercano a la oficina. Ojeaba algunas revistas de informática (bueno, vale, esas también) cuando vi algunos comics justo al lado. Uno me llamó la atención en particular, lo ojeé, empecé a leerlo, me lo llevé (ni yo ni gran parte del mundo sabíamos en aquel momento quién demonios era el tal Alan Moore). En el cómic había un tipo extraño, oculto tras lo que parecía una máscara con coloretes, vestido como un sombrío caballero inglés del XVI. Había también una Inglaterra contemporánea sometida a una dictadura feroz, y a pesar de que los dibujos no eran nada del otro mundo su forma de servir a la historia sin crear distracciones resultaba casi un alivio. Aquel día no hice gran cosa en la oficina. Las páginas volaban.
Era una serie. Tuve que buscar más cuadernos, esperar meses, reunir los pedazos de la historia en el difícil entorno de una ciudad de provincias con apenas una o dos tiendas especializadas. Me costó trabajo, pero al final conseguí leer V de Vendetta.
Cinco de noviembre de 1996. Inglaterra está sometida a una feroz dictadura. Una guerra nuclear limitada casi ha destruido el mundo. Europa no existe, África ha sido devastada, y la vida cotidiana tal y como lo conocíamos en los ochenta ha cambiado. Aunque la isla se salvó en un principio de las bombas, los cambios climáticos y las hambrunas han hecho su parte del trabajo. Con el gobierno desaparecido y caos por todas partes, una alianza de grupos de extrema derecha y grandes empresas se ha hecho con el control. Las minorías, los negros, los pakistaníes, los izquierdistas y los homosexuales han desaparecido, internados en campos de concentración. Es una niña convertida en jovencita hambrienta quien nos cuenta todo esto: "Papá estuvo en un grupo socialista cuando era joven. Vinieron a por él una mañana de septiembre de 1993... Era mi cumpleaños. Cumplía doce. Nunca volví a verle". Los dibujos no son gran cosa, tal vez ni Corben ni Moebius se hubieran dignado siquiera mirarlos en sus tiempos de gloria. Son viñetas sencillas. Sólo es una historia. La lees y te preguntas que hay en ella, en su cadencia, en el ritmo, en las palabras, que hace que tengas los ojos tan húmedos.
Y luego está él. Con su traje del siglo XVI. Los lectores anglosajones le reconocen al instante, porque la fecha no es una fecha cualquiera. Es el cinco de noviembre, el día de la Conspiración de la Pólvora. "Remember, remember, the fifth of November", recitan los niños en Inglaterra. Ese mismo día, en 1605, un grupo de conspiradores intentó volar el Parlamento para reinstaurar el catolicismo en Inglaterra, o al menos eso cuentan los libros. Desde entonces, el hombre que debía encender la mecha, Guido Guy Fawkes ha sido un personaje del folklore anglosajón, algo así como el hombre del saco anglicano. El primer terrorista moderno, con su máscara de satisfacción y su traje oscuro de conspirador nocturno.
Y luego está él. Con su traje del siglo XVI. Los lectores anglosajones le reconocen al instante, porque la fecha no es una fecha cualquiera. Es el cinco de noviembre, el día de la Conspiración de la Pólvora. "Remember, remember, the fifth of November", recitan los niños en Inglaterra. Ese mismo día, en 1605, un grupo de conspiradores intentó volar el Parlamento para reinstaurar el catolicismo en Inglaterra, o al menos eso cuentan los libros. Desde entonces, el hombre que debía encender la mecha, Guido Guy Fawkes ha sido un personaje del folklore anglosajón, algo así como el hombre del saco anglicano. El primer terrorista moderno, con su máscara de satisfacción y su traje oscuro de conspirador nocturno.
Solo que no estamos en 1605. Solo que las tornas han cambiado, y ahora la máscara del incendiario es una terrible, deliberada provocación.
Y esta vez lo consigue. En medio del hambre, la miseria, la cobardía y la desesperanza de una Inglaterra postrada, el hombre disfrazado de Guy Fawkes vuela por los aires el edificio del Parlamento, llenando de luz y fuegos artificiales el cielo del Londres más oscuro que jamás haya existido...
Y esta vez lo consigue. En medio del hambre, la miseria, la cobardía y la desesperanza de una Inglaterra postrada, el hombre disfrazado de Guy Fawkes vuela por los aires el edificio del Parlamento, llenando de luz y fuegos artificiales el cielo del Londres más oscuro que jamás haya existido...
Página a página, este ser solitario que nunca se quita la máscara va desmontando, ridiculizando, destruyendo el sistema neofascista por dentro. Desentrañar las historias a través de las cuales se van moviendo los personajes sería una crueldad para quien no haya leído el cómic. Paso a paso, historia tras historia, cada personaje que ha colaborado en crear y mantener este régimen sufre su calmada, irónica, a veces extrañamente cálida venganza, dejándonos ver los rasgos de crueldad o cobardía que les hicieron llegar a ser deudores de este extraño vengador. Y nosotros, a medida que leemos, dejamos también un jirón de nosotros mismos en cada historia al preguntarnos qué habríamos hecho, o al reconocernos en la rabia o la venganza. No es, pues, una historia fácil de leer. Y entonces, en el capítulo diez, llega la carta de Valerie, escrita en un rollo de papel higiénico durante su degradación en el campo de concentración, y te preguntas cómo contará esto la película, si es que llega a contarlo, y cómo es posible que la historia de una actriz inglesa lesbiana en esta distopía de cf pesimista te queme de esta manera por dentro, y te haga cerrar el cómic porque no puedes seguir leyendo de un tirón. Y comprendes, de pronto, que una de las formas de reconocer una obra maestra en cualquier arte es sentir cómo ya no eres el mismo individuo que había sostenido hasta hace un instante ése cuaderno de cómic que tienes abierto ante ti.
Y entonces vuelves a leer, con cierta dificultad para distinguir las letras, porque el mundo se ha vuelto un poco borroso: "Es extraño que mi vida acabe en un lugar tan terrible, pero durante tres años recibí rosas y no me disculpé ante nadie. Moriré aquí. Perecerá hasta el ultimo resquicio de mi ser... excepto uno. Uno sólo. Es pequeño, y frágil, y es la única cosa que vale la pena tener en este mundo. Nunca debemos perderla, ni venderla, ni regalarla. Nunca debemos dejar que nos la quiten". Y te preguntas dónde demonios has pillado este maldito catarro, y toses y usas el pañuelo con cierto disimulo mientras intentas seguir leyendo.
Y entonces vuelves a leer, con cierta dificultad para distinguir las letras, porque el mundo se ha vuelto un poco borroso: "Es extraño que mi vida acabe en un lugar tan terrible, pero durante tres años recibí rosas y no me disculpé ante nadie. Moriré aquí. Perecerá hasta el ultimo resquicio de mi ser... excepto uno. Uno sólo. Es pequeño, y frágil, y es la única cosa que vale la pena tener en este mundo. Nunca debemos perderla, ni venderla, ni regalarla. Nunca debemos dejar que nos la quiten". Y te preguntas dónde demonios has pillado este maldito catarro, y toses y usas el pañuelo con cierto disimulo mientras intentas seguir leyendo.
No sé a donde fueron a parar aquellos primeros comics de V que compré, porque el mundo y yo -lo que viene a ser lo mismo -hemos dado unas cuantas vueltas desde entonces. De hecho, todas esas vueltas no han hecho sino confirmar los temores que Alan Moore y David Lloyd expresaban en la introducción de la edición de DC. Aunque el mundo en el que ellos albergaron los temores de V ha desparecido, las Patriot Acts, los desfiles exaltados, los discursos que defienden la reducción de las libertades por situaciones de emergencia temporales que nunca cesan y la desconfianza hacia lo diferente no han hecho sino crecer y extenderse como un cáncer en las sociedades que creíamos libres. Del mismo modo, la cobardía, las mentiras a medias, las acusaciones sin pruebas, las insidias y las insinuaciones no hacen sino asaltarnos continuamente desde medios que al mismo tiempo se llenan la boca hablando de la libertad, como si la hubieran inventado ellos y los demás no tuviéramos memoria y no recordáramos de dónde vienen...
Hay en nuestro mundo tanta rabia, tanta ignorancia y tantos deseos de acallar, eliminar, pisotear e imponer como los que se nos muestran en V, y nosotros no tenemos de nuestro lado a ningún misterioso Guy Fawkes capaz de ocultarse en las sombras y tramar la extinción de los tiranos. Sí tenemos, en cambio, a muchos Lewis Prothero voceando furiosos desde alguna ecuménica emisora de radio, y también a algún aspirante a ser La Voz de Torre Jordan dirigiendo algún periódico cateto pero de mundana intención. Sea como fuere, al volverse intemporal y ser tan necesario en estos tiempos revueltos y oscuros como lo fue al ser creado en los ochenta, el cómic cumple otra de las cualidades atribuibles a una obra maestra para ser reconocida: la universalidad.
En el 2002 una edición de Norma en tapas duras solucionó mis problemas de conservación, y me apresuré a comprar dos volúmenes. Uno de ellos está en mi estantería, y al ojearlo para escribir esta entrada no he podido evitar releerlo, y sentir de nuevo la comezón en las entrañas que dejan sus páginas.
El otro ejemplar está en la habitación de mi hijo, mucho más leal en su relación con el cómic que yo. Se lo entregué con la esperanza de que le gustara tanto como a mí, convencido de haber puesto en sus manos una pequeña obra de arte de la narrativa, y también de estar enseñándole algo valioso.
Una intención parecida ha originado esta entrada: compartir un instante de rara belleza con quienes ya lo hubieran leído, y animar a aquellos que sólo lo conocían de oídas a buscarlo y enredarse en su tristeza y recordar. Recordar que existe un ultimo resquicio de nuestro ser que es pequeño y frágil, y que es la única cosa que vale la pena tener en este mundo. Y que nunca, nunca debemos permitir que alguien decida que no tendremos más rosas.
En el 2002 una edición de Norma en tapas duras solucionó mis problemas de conservación, y me apresuré a comprar dos volúmenes. Uno de ellos está en mi estantería, y al ojearlo para escribir esta entrada no he podido evitar releerlo, y sentir de nuevo la comezón en las entrañas que dejan sus páginas.
El otro ejemplar está en la habitación de mi hijo, mucho más leal en su relación con el cómic que yo. Se lo entregué con la esperanza de que le gustara tanto como a mí, convencido de haber puesto en sus manos una pequeña obra de arte de la narrativa, y también de estar enseñándole algo valioso.
Una intención parecida ha originado esta entrada: compartir un instante de rara belleza con quienes ya lo hubieran leído, y animar a aquellos que sólo lo conocían de oídas a buscarlo y enredarse en su tristeza y recordar. Recordar que existe un ultimo resquicio de nuestro ser que es pequeño y frágil, y que es la única cosa que vale la pena tener en este mundo. Y que nunca, nunca debemos permitir que alguien decida que no tendremos más rosas.
Vuestro, afectuosamente
Skalagrim.
4 Comments:
Sólo un detalle, puestos a ponernos pejigueras. El cómic europeo goza de una salud excelente. Fue el cómic español (o la industria del cómic español para ser exactos) el que murió a manos de seudointelectualillos, artistoides y pedantes de medio pelo obsesionados por pajas mentales a las que llamaban "arte".
Me ha encantado la entrada. Leí V de Vendetta hará un año, aproximadamente, en el ordenador (en jpgs escaneados). Pero no tardé en comprármelo, pq como bien dices, se trata de una obra maestra.
Me parece un cómic de referencia, q tiene mucho q contar y q debería ser leído y divulgado. Pq trata con sutileza y complejidad un tema complicado e importante.
Pero no tengo fé en la película. Por el director y por los guionistas. Pq no se puede -no se debe- hacer una película de acción de esta historia. Y pq no creo q se pueda pasar fielmente a la pantalla si no es con el estilo de Blade Runner o 2001, aprovechando las ventajas de expresión del cine: la música y las imágenes.
Tengo que romper una lanza a favor de la película. En líneas generales me parece una adaptación más que correcta (y ocasionalmente muy buena).
La película pega un bajón considerable tras la ordalía de Ivey, es cierto, además, es justo donde más se aparta del cómic, pero pese a todo me ha parecido una buena adaptación y que, además, respeta la carta ideológica del tebeo.
Iba a ir a verla igualmente, pero me habeis intrigado sobremanera, asi que habrá que pasarse por el cine y pagar los seis escandalosos euros que cuesta la experiencia...
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