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23 febrero 2006

Compartiendo impresiones: Cuando el dragón despierte.
Esta es la historia de un libro que yo tengo... y tú probablemente no, amable visitante. Es un hecho particularmente injusto, e incluso un poco más que eso. Es una auténtica pena.
Para empezar, lo admito, es una manía personal. Tengo una especial fascinación por esta novela, y algunos de mis amigos que la han leído y no han encontrando en ella las mismas cosas que yo incluso la califican de pequeña obsesión. Es muy posible que tengan razón. Uno de ellos dijo en cierta ocasión que a veces ponemos cosas en un libro que no estaban en él, pero que nosotros llevábamos dentro, y eso lo engrandece de una forma extraña (él no lo dijo así de bien, claro, pero hoy me siento generoso en extremo...).
Creo, sin embargo, que Cuando el dragón despierte tiene sus particularidades. Para empezar, el autor era en su momento un completo desconocido en el género, y su nombre no era ninguna referencia. Esta era, de hecho su tercera novela. En aquella época -años ochenta, sin internet y sin televisión por satélite, con pocas revistas disponibles y menos lugares aún donde comprarlas -encontrar información no era tan sencillo (y si uno vivía en una ciudad de provincias para qué hablar). Uno leía, sin embargo, las citas y la introducción y creía captar en ellas una cierta tristeza no exenta de ironía. Hay de hecho en la novela una melancolía que flota sobre toda la historia como una neblina.
También estaba el libro en sí mismo. Para empezar, la información de las solapas y la contraportada, siendo intrigante -hoy quizá lo sería un poco menos por saturación, pero en 1983 la Fantasía Histórica era un corriente novedosa -no daba demasiadas pistas, y en modo alguno preparaba además al lector para el desconcierto que le esperaba:
1478. El Alba del Renacimiento. La Guerra de las Dos Rosas ha llevado a Eduardo IV al trono de Inglaterra. La resplandeciente corte florentina de Lorenzo el Magnífico prospera sobre la opulencia de la Casa Medici. Leonardo da Vinci trabaja en sus asombrosos estudios anatómicos. Pero no todo es como debería ser...
A todo lo largo de Europa, las fuerzas de la oscuridad, la magia y la rebelión se están reuniendo, conduciendo y confrontando a extraños personajes: el duque vampiro de Milán, el heredero del trono de Bizancio, Ricardo III, Luis XI de Francia... Entre tanto, en las colinas de Gales, Hywel Peredur vigila al Dragón Rojo que se alza de nuevo para liberar a su pueblo del Dragón Blanco de Inglaterra...
He de reconocer que caí en la trampa de la contraportada. En el primer párrafo se nos advertía de que "no todo es como debería ser...", pero al leer el segundo párrafo con sus vampiros, brujos y dragones uno se quedaba con la impresión de que las pequeñas particularidades y diferencias fantásticas con la realidad de la historia conocida transcurrirían en las sombras, con los engranajes de los hechos fantásticos entre bastidores, haciendo encajar los datos de la realidad conocida. Y solo en la solapa delantera se mencionaba que "En Anjou, Luis XI, el Rey Araña, planea la ruina de la Francia bizantina.
Han pasado más de dos décadas y aún recuerdo mi fruncimiento de ceño delante de la vieja y diminuta estantería dedicada al fantástico de la Librería Paradiso. Aquello de la Francia bizantina me dejó un poco desconcertado. Lo del heredero de Bizancio tenía su propio romanticismo, pues sabía que Constantinopla había caído en 1453 en manos de los turcos, y la idea de un príncipe exiliado de un imperio perdido llevaba su propia carga poética y de misterio. Y sin embargo, lo de la Francia bizantina no tenía ningún sentido...
Si me apuraran, casi diría que fue por eso precisamente por lo que me lo llevé. Creo que fue eso también lo que me hizo posponer otras lecturas pendientes y empezar a leer Cuando el dragón despierte con cierta expectación. Y entonces empecé a alucinar.
Tengo que recordar en que momento se encontraba la literatura fantástica cuando este libro llegó a mis manos. El Señor de los Anillos aún no había estallado en forma de fenómeno masivo de pantalla y figuritas, y era una lectura casi de culto, personal y muy discreta, y sin embargo el modelo a imitar estaba ya lanzado, y las dragonlances y los mundos medievales en los que nadie trabaja la tierra ni fabrica banquetas empezaban a llenar las estanterías... Tim Powers aún no había llegado para asombrarnos (al menos a las dos librería de minúsculas secciones fantásticas que teníamos en la ciudad) y Holdstock y Keith Roberts eran aún una cita en el futuro. Y a mí nada me había preparado para aquello.
El libro empezaba en Gales, bajo ocupación inglesa. Oscuras montañas, caminos ocultos, la sombra de Roma en las ruinas sobre las colinas. Casi podía sentir al fantasma de Arthur Machen leyendo sobre mi hombro. Desde el principio aparecía también una de las presencias permanentes del libro, la magia: terrible, poderosa, vulgar y politizada. Con un coste. Acababa de terminar el primer capítulo y me di cuenta de que estaba atrapado.
Y entonces pasamos a la Francia bizantina, y pocas veces en mi vida me habré encontrado tan perdido..
A quien no me conozca le resultará difícil entender lo que quiero decir. La historia es mi pasión, un terreno en el que me muevo con cierta confianza. No soy un erudito ni un maestro, pero más o menos siempre logro situarme. Y de pronto, estaba completamente perdido. Bizantinos en la Francia meridional, gobernando a la sombra del macizo de Alesia, en palacios con calefacción central y santuarios de Mitra. Y entonces me di cuenta de que llevaba más de cincuenta páginas leídas de lo que yo pensaba que era una novela histórica y aún no había aparecido un sacerdote, ni una cruz, ni una catedral, ni la omnipresente iglesia ortodoxa en la misteriosa colonia bizantina.
Pero estaba Alesia. Un fresco con César venciendo a los galos. Niños jugando a ser Ricardo Corazón de León y Saladino. El recuerdo de un Vercingetórix rebelde. Escenarios familiares por todas partes. Y sobre todo, la historia en sí misma.
Porque de pronto las incongruencias y los detalles extraños dejaron de tener importancia. El capítulo de la Francia bizantina era terrible, extraño y conmovedor. Honor, lealtad y pesar cruzándose por todas partes. Extrañas resoluciones y destinos trágicos. Y cuando terminó y salté a la Florencia de los Médici, con su joven doctora de pelo blanco y los ejércitos de un imperio que yo sabía que ya no existía, las misteriosas incongruencias y faltas me daban igual. Los personajes estaban allí; los condottieri renacentistas, las ciudades estado, los príncipes y los locos, los genios y los fanáticos; y sin embargo no era exactamente nuestro mundo, nuestro pasado conocido. El capítulo de la posada en los pasos montañosos de Italia me permitió reflexionar a medida que se investigaba un misterio que la propia Agatha Christie hubiera querido resolver. Comprendí que era también un alto en el discurrir de la novela, una pausa antes de lanzarse al nudo de la historia, una vez presentados los personajes. Y más allá de la pausa, para mi pasmo y gozo, me esperaba la Inglaterra de la Guerra de las Dos Rosas... ¿Cuantos de vosotros, como yo, conocieron a los Lancaster y a los York a través de Stevenson, que junto con Shakespeare se asomaba ahora como un fantasma a leer sobre mi hombro? Y yo aún buscaba la silueta de una catedral del gótico normando elevándose sobre Londres, y en cambio la novela daba su propia versión de como un sol (y al recordar "este sol de York" sonreí con complicidad) figuraba como emblema junto con los leones de Inglaterra en la ropa de Eduardo IV. Y todo ello precisamente antes de la entrada en escena de Ricardo III, iniciando así una historia que conozco y que sin embargo no reconocía, cuyos detalles casaban pero cuya mecánica había cambiado por completo. Ya no me importaba el desconcierto. En realidad, estaba disfrutando de él como un niño.
Entonces comprendí al fin, y el recuerdo de esa comprensión es una de las razones que me animó a escribir este comentario (otra podría ser recomendar su compra, si alguno de los lectores de este blog tiene la suerte de encontrar un ejemplar en alguna parte, puesto que las posibilidades de que se reedite son, me temo, más bien escasas).
Porque Cuando el dragón despierte no era propiamente una novela de fantasía histórica tal y como la concebíamos entonces, ni mucho menos uno de los pestiños sobre Cámaras Santas Secretas, Códices Perdidísimos, Templarios Recalcitrantes e Iluminati, Cegati y Estrellati de todas las sectas con los que se nos bombardea desde hace una temporada. La obra de John M. Ford es una ucronía, una de las formas más complejas, apasionantes y difíciles de hacer literatura fantástica que uno pueda imaginar, y que se basa en la pregunta de "¿Que hubiera ocurrido si...?" aplicada a los acontecimientos históricos y sociales conocidos, con la intención de introducir un giro en un momento determinado y alterarlos para generar todo un mundo nuevo. Exige, aún sin ser excesivamente detallada, un conocimiento profundo de los hechos que se cambian y del mundo tal y como fue para producir un escenario creíble y coherente en el mundo como hubiera podido ser que se describe. Y además tiene que dotarlo de sentimientos y personalidades que, siendo distintos de los nuestros, podamos comprender, porque hubiéramos podido tenerlos. Al fin y al cabo, un "que hubiera pasado si..." es una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en nuestras vidas, y el concepto se encuentra ya dentro de nosotros como una parte de nuestras propias dudas.
Hay al final del libro unas "Notas Históricas" del autor en las que por fin encontré una explicación que confirmó todas mis sospechas. El mundo en el que nos hallábamos en Cuando el dragón despierte era el nuestro tal y como hubiera podido ser con algunos pequeños cambios, apenas accidentes en el discurrir de la historia, aderezados con algunos toques fantásticos deliberados (estoy seguro de que el dominio del autor era suficiente como para haber prescindido de ellos, y el hecho de que los haya elegido como opción no deja de ser un sorprendente compromiso con el género). Un mundo en el que Juliano el Apóstata logra imponer la libertad religiosa y rescatar el paganismo del rodillo brutal de la religión cristiana, y donde el fanatismo de los intolerantes monoteístas ha convertido al cristianismo en una secta terrorista y fanática completamente fuera de la sociedad. Un mundo en el que el emperador de Bizancio Justiniano I alcanza la longevidad necesaria -y el talento que no tuvo -para resucitar al Imperio y convertirlo en una maquina de expansión de una complejidad y una modernidad aterradoras. Un mundo medieval y renacentista sin iglesia católica y sin monjes ortodoxos, con templos de Mitra y sin catedrales elevándose al cielo. Y sin embargo, un mundo en el que los personajes de nuestra historia y de la literatura que conocemos siguen teniendo mucho que decir.
Porque a pesar de los delicados mecanismo de la ucronía, que son un goce en sí mismos, y de los detalles, guiños al lector y sorprendentes revelaciones que nos muestran, al final todos los universos se parecen, y esta es una historia de personajes. No solo de reyes, duques, príncipes y asesinos históricos, sino también de apariciones reveladoras -atención a ese caudillo valaco cegado por el sol que regenta una posada en el sur de Francia, pues es alguien a quien conocemos -y sobre todo de reacciones humanas: el vampiro que intenta congraciarse consigo mismo y con el mundo, el soldado que busca un hogar al que ser leal, la doctora que lo ha perdido todo y el brujo que sabe lo que se avecina porque ha pagado por ello dolorosamente... Y el Imperio, convertido en un monstruo que lo devora todo, una máquina incapaz de detenerse a sí misma, construida con la eficacia de los siglos y resuelta a acabar con toda forma de independencia que sostenga una forma de pensamiento diferente.
Es también una novela a veces dura, donde los personajes de brillante apariencia esconden a menudo vergüenzas y miserias, y donde la muerte se adjudica con la distante frialdad de quienes han leído a Maquiavelo. Y sin embargo, hay algo más allá de eso, una extraña generosidad. En la búsqueda de su propia redención, los personajes dejan a un lado sus venganzas y agravios y abrazan una nueva causa que solo puedo describir dejando aquí un párrafo que en buena medida resume el espíritu de la novela, y que espero que el detentador de los derechos, si lo hay, me perdone:
-A la gente se le puede hacer daño -dijo Hywel -. Al imperio, no lo sé. Es fuerte y posee una paciencia inhumana para perseguir sus fines. - La observó un instante. Había la leve sugerencia de un temblor en la comisura de sus ojos. Las raíces de su cabello, sobre su despejada frente, eran blancas. -Pero posiblemente... si actuamos en un solo lugar, con un solo fin... podemos detenerles.
- Conozco un lugar llamado Urbino -dijo Cynthia -. Pueden ser detenidos.
- Conozco un lugar llamado Inglaterra. ¿Sería suficiente detenerlos, mi señora?
Ella se miró la muñeca y pasó los dedos sobre ella buscando el pulso, y miró a Hywell con la pregunta claramente formulada en sus ojos. Pero no le preguntó lo que sabía.
- No, no es bastante. La venganza nunca es suficiente, ¿verdad doctor? -dijo ella -. Una vez empezada sigue y sigue... tenemos que actuar en nombre de aquellos que aún no han sufrido daño. -Y sonrió, como una flor que se abre. [...]
Por lo demás aquí estamos, capeando el temporal, y no estoy usando metáforas. Vuelve a haber nieve por todas partes a poco que uno se aleje de la costa, y el aire corta en cuanto deja de llover y cae la tarde. Como una más de las consecuencias de estar aquí, de vivir aquí, de ser de aquí, me gusta el invierno. Convierte la vida en algo apresurado y frío que te hace correr y estar vivo, y el calor de una habitación y un café caliente bastan para arrancarle a uno una sonrisa. A tenor de lo cual he de anunciar que he colocado una nueva canción para escuchar en el enlace de la derecha. Suena a lluvia, a viento húmedo, a pasos rápidos sobre las piedras de la calle Trinidad para llegar al Avalon, pedir un carajillo de nata y sumergirse en el calor de la costumbre, dejando el aire cortante y el pesar de la semana más allá de la puerta.
Es mi pequeño -pero no el único -homenaje al Pub Avalon, que ha cerrado por obras y remodelación (se han cargado el edificio, vamos). La tertulia del mismo nombre ha tenido que trasladarse, y la calle Trinidad es ahora tan silenciosa y se ha quedado tan vacía que no apetece pasar por ella. Espero que hayan guardado el mural con el viaje de Arturo a Avalon en algún lugar seguro...
Y sin embargo, sobrevivimos. Hemos superado a los romanos, a los suevos, a los hérulos, a los visigodos, a los árabes, a los franceses y a la Du Pont. Sobreviviremos a un maldito derribo. Y entretanto ya tenemos una mesa en el Café Triskel, donde también hay cañas de cerveza, viejas sillas de madera gastada, gruesos cristales que protegen del frío y buena música con la que disimular el ruido que hacen los amigos afilando sus puñales bajo la mesa. Es Mago de Oz versionando a Gwendal, y suena muy parecido a nuestros viernes...
Afectuosamente vuestro

Skalagrim

6 Comments:

Blogger Juanma said...

Recuerdo una conversación a tres bandas, contigo, Alejo y servidor, en la cafetería del hotel Don Manuel, contando las excelencias de la novela de Ford. La tengo en Madrid, con mis demás libros. No me la llegué a leer, pero es justo el tipo de libro que sé que me encantará. Y que mi jefe debería reeditar. Podemos darle la brasa para que lo haga. :-D

9:48 a. m., febrero 23, 2006  
Blogger Skalagrim said...

Huy, pues no había pensado en ello al escribir esta entrada... :P

2:18 p. m., febrero 23, 2006  
Anonymous Anónimo said...

Yo también tengo ese libro. De hecho, acabo de abrir el armario donde está para comprobar que sigue ahí. Lo tengo que releer un día de estos, este año, sin falta.

En 1993, en Gijón me quedé con los ojos a cuadros al darme cuenta de que alguien además de mí conocía ese libro.

Yo no sé mucho de Historia, pero he disfrutado cada vez que lo he leído.

Yo no lo compraré, claro, pero animo que se reedite :-D

10:01 p. m., febrero 23, 2006  
Blogger Errantus said...

Recuerdo que en su momento ellibro me dejó un buen regusto, además de la aprensión por el despertar del dragón y el destino de Inglaterra, tan bien escrito estaba. Claro que era entonces una adolescente.

Creo que tendré que releerlo, seguro que ahora lo disfruto el doble.

11:42 p. m., febrero 23, 2006  
Anonymous Anónimo said...

Como bien sabe Javi (sí, yo fui el que afirmó que el libro que había leído no era el mismo que estaba bajo sus portadas, que él como lector había puesto en él todo lo que le faltaba) el libro no me parece la maravilla sin par que ha descrito.

Pero, evidentemente, lo tengo, lo he leído, y lo releo de vez en cuando. Es lo bastante bueno para eso. Y ya es algo.

Y aunque sólo fuera por haber provocado el post de Javi, por haberle hecho compartir su entusiasmo acerca de la novela con nosotros, el libro ya merecería la pena.

(No, ninguna pullita, ningún dedo metido en el ojo. Esta mañana me he levantado benévolo, qué pasa.)

7:13 a. m., febrero 24, 2006  
Anonymous Anónimo said...

los pequeños detalles y coincidencias...
si no llega a ser porque pones la portada ni me hubiera acordado,
ya que igual en su dia ni la lei, aunque esa portada desperto ecos en mi memoria ( de viejo y cansado )
tire de la libreria y si ciertamente alli estaba con sus paginas amarilleando por el paso del tiempo y con una servilleta de bar en la pagina 167. Curiosidades de la vida tiene ( mi libro ) una pequeña etiqueta de la libreria PARADISO de gijon [...aun existe ???...], con lo que la memoria vuela al hotel PAX a Tabaza , la "nueva aceria" y los tiempos en los que mi patria era una maleta, mis libros, un cajero automatico y una libreria ( lo de una amor en cada puerto lo dejo para los marineros)

curiosidades de la vida la edicion martinez roca de gran fantasy estaba dirigida por... alejo cuervo , quien me diria que lo llegaria a conecer en persona...

en fin la vida te da sorpresas sorpresas te da la vida..
y esperemos que sean muchas y para bien

volvere a leerla, sin recuerdos de ella y ya hablaremos/comentaremos...
un abrazo

12:30 p. m., marzo 02, 2006  

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