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10 mayo 2006

Gracias y buenas noches, Mister Galbraigth

La noticia ha pasado prácticamente desapercibida. No hubo ninguna referencia en la televisión, y de no haber tenido yo ese día más tiempo del habitual para ojear el periódico mientras desayunaba, tampoco me hubiera enterado. Lo cual hubiera resultado particularmente bochornoso, porque probablemente pocas personas hayan influido tanto en mi forma de pensar y en mis planteamientos vitales como el hombre que acababa de morir.
Porque el día uno de mayo -curiosamente, el Día del Trabajo -supe que nos había abandonado John Kenneth Galbraight.
Tengo que adelantar, en primer lugar, que los economistas no son santo de mi devoción. En mi lista particular de las profesiones humanas los economistas no ocupan precisamente un lugar de privilegio. Están sólo un poquito por encima de los arquitectos (algún día abriremos un hilo sobre la auténtica abyección humana y hablaremos de ello) y un par de puestos por debajo de los traficantes de esclavos del XVIII (que al menos no intentaban disimular lo que eran). Desde mi punto de vista, los economistas son una especie de médicos absolutamente incapaces de sanar ni de aliviar ningún dolor, pero capaces de explicar con todo lujo de detalles y gran pompa porqué coño te has muerto sufriendo como un perro. No digo que no sean necesarios en ciertas culturas, como las plañideras, pero al menos ellas no recubren su trabajo de una jerga técnica ininteligible.
Y sin embargo este hombre me hizo reflexionar. No voy a decir que me haya llevado a una cierta madurez de pensamiento porque no sería verdad. Pero hizo mucho más que otros más cercanos por conseguirlo.
Curiosamente, mi despertar al pensamiento económico tuvo lugar prácticamente al mismo tiempo que se producía mi primera reflexión seria sobre la política. Podría pensarse que lo uno va inevitablemente unido a lo otro -de hecho cada vez hay más economía y menos política, y así nos va -pero ambos procesos no tuvieron gran cosa que ver. El despertar político se produjo a tiro limpio el 23 de febrero de 1981, cuando una estampida de tricornios arrolló las Cortes e irrumpió en mi vida de pendón leído aunque despreocupado, cambiándola para siempre. Me doy cuenta, al pensarlo ahora, que en realidad tenía los datos necesarios para adoptar una postura política -había leído ya a Arthur Koestler y a Norman Mailer, a Dalton Trumbo y a Solzhenitsyn,¿cómo no iba a tenerlos? -pero no me tomaba el trabajo de hacerlo. Creo que prefería no tener que pronunciarme. Allí estaban las pijas de derechas, rubias de colegio de monjas con sus pechos agresivos apuntándote por debajo de sus camisas y polos, con ésa altivez bravía que, una vez incitada al pecado, las hacía desmelenarse (imagino que pensaban que total, luego podían confesarse...). Los revolcones de derechas tienen como más morbo, y en tanto no me obligaran prefería postergar la adopción de posturas (políticas) irreconciliables con una variada vida social. Y entonces llegó el Golpe, que aunque fue de lunes estuvo a punto de arruinarme el fin de semana, y aquello consiguió cabrearme. No llevo muy bien lo de las prohibiciones y el principio de autoridad, y ya tenía bastantes problemas para llegar tarde a casa con mis padres como para tener que lidiar ahora con un toque de queda y el Ejercito Español. Aquello era una conjura...
Creo que fue aquél mismo verano cuando me encontré con la Economía. No recuerdo bien el incidente, pero me quedé sin dinero, sin paga, sin poder sisar de la compra diaria y arrestado sine die en el extraño gulag lleno de comodidades que era la casa de mis padres. No sé que tipo de configuración cerebral hay que tener para encerrar a un adolescente en última fase de combustión hormonal entre cuatro paredes en pleno verano, pero ellos la tenían. Y yo sin nada decente para leer.
Supongo que por eso terminé fijándome en la estantería de libros de mi padre. Su principal contenido era una enciclopedia temática, y ya la tenía algo tocada. Acabé pegándole un repaso a la ingeniería moderna, donde proponía el uso de energía nuclear para voladuras controladas (la gente que escribía aquello estaba como los salvajes, pero yo miraba las paredes del piso y no me parecía tan mala idea). Y entonces acabé en la colección dedicada a la economía, una compra reciente. Eran unos libros de tapas duras y piel marrón, manejables, nuevecitos. Me llamó la atención uno titulado El gran Crack del 29.
No sé si es que me pilló en el momento oportuno o qué, pero yo disfruté como un enano. Adultos haciendo estupideces, adultos engañándose a sí mismos y a los demás, adultos mintiendo todos a una, caos, pánico, hipocresía, señores de traje saltando desde los rascacielos de la Quinta Avenida. La caña en verso. Aquello era casi tan bueno como Yo, Claudio. Leí algunos otros títulos, pero tengo que confesar que me decepcionaron en comparación.
El hombre que había escrito aquél libro se llamaba Jhon Kenneth Galbraigth, y había nacido en 1908 en Canadá. Licenciado en Economía Agrícola en Toronto y Berkeley había pasado luego a enseñar en Princenton, Cambridge, Bristol y California, y desde 1949 era profesor en Harvard. En Cambridge había conocido al gran economista británico Jhon Maynard Keynes, ideólogo de una economía más social, una idea nacida del humanismo y del rechazo a los errores que habían provocado la ruina del 29. Keynes era defensor de un control eficiente por parte del estado de los grandes barones del capitalismo y de sus intereses particulares, que habían llevado al mundo a una catástrofe económica y a dos guerras mundiales en unos pocos años. El economista inglés -que estaba detrás de muchas de las iniciativas que Roosevelt puso en marcha en su New Deal para sacar a los Estados Unidos de la crisis de entre guerras -era brillante como teórico, pero no resultaba nada claro para los no iniciados.
Galbraigth se propuso cambiar eso, y en la década de los cincuenta inició una carrera como escritor orientada a divulgar la economía de un modo compreensible para las gentes cuyas vidas iban a ser gobernadas por ella sin su consentimiento. El libro que yo había leído era de 1954. Quise leer más libros suyos, y ante la atónita aprobación de mi padre -en su opinión yo siempre perdía el tiempo "leyendo cosas raras" -descubrí además una serie de televisión de la BBC, La Era de la Incertidumbre que la 2 había empezado a emitir. La serie tampoco me defraudó. Siguieron títulos -ya en libro -como El Capitalismo Americano, La Sociedad Opulenta, El Nuevo Estado Industrial, Historia de la Economía y La Cultura de la Satisfacción.
Nunca agradeceré lo suficiente la influencia de Galbraigth en mi pensamiento. En términos de CF, podríamos decir que Galbraight era el anti-heinleniano total. Afirmaba que detrás de los modelos matemáticos aplicados por los economistas había seres humanos a los que esos modelos podían lanzar a la miseria en unos días sin que quienes los aplicaban fueran conscientes siquiera por un instante de las consecuencias de sus actos, dada la barrera aséptica levantada por la profesión para no verlas. Con ironía, implacablemente lógico, denunciaba la concentración de poder de las grandes corporaciones, el rechazo del consumismo feroz, la necesidad de la intervención del estado en la economía y la exigencia de que los poderes socioeconómico recordaran que estaban tratando con seres humanos y no con cífras.
De Galbraigth aprendí muchas cosas. Fijó en términos concretos el viejo principio filosófico de que nada humano debería sernos ajeno. Explicó cómo los hijos de las naciones saqueadoras de hoy que miran hacia otro sitio ante el sufrimiento ajeno podrían mañana ocupar el lugar de los que se mueren de hambre. Reflexionó acerca de cómo la defensa de los desfavorecidos es, en ultima instancia, un requisito indispensable de nuestra propia supervivencia como civilización. Postuló que la libre competencia a menudo no es tan libre, que hay minorías capaces de orientar las políticas de los estados más poderosos para llenarse los bolsillos, y que a menudo el dinero de nuestros impuestos pasa directamente a llenar las arcas de algunos oligopolios que han conseguido convencer a la población, a través de su dominio de los medios de comunicación y de sus intelectuales de pago de que no existe una forma diferente de hacer las cosas. Y me resultó especialmente lúcida - no olvidemos que yo viví la crisis de los ochenta en toda su crudeza, aunque con cierta suerte -su reflexión keynesiana acerca de que las épocas de crisis y alto paro son habitualmente bien recibidas por las clases con ingresos fijos -pensionistas, funcionarios -que de pronto encuentran revalorizado su poder adquisitivo por la existencia de un mercado laboral abaratado, ansioso por colocar su mano de obra como sea, lo que les permite arreglar aquella persiana o poner ese grifo que en tiempos de bonanza económica no se hubieran podido permitir.
Pero su lectura no sólo fue reveladora. Fue, sobre todo, liberadora. En estos tiempos de pensamiento único, de voces que repiten que abaratar salarios y aumentar la movilidad laboral es la única vía, en estos tristes momentos de la civilización en los que hemos sido convencidos de que renunciar a nuestros derechos y aceptar la continua merma de nuestra calidad de vida es la única salida posible, Galbraigth se convierte en un bastión de lógica implacable contra las verdades de perogrullo que nos colocan por igual izquierda y derecha mientras sus amigos, los de siempre, lo que son de todos los partidos, se llenan los bolsillos. Y así, sin ir más lejos, en las Sociedades Públicas de Gestión de Suelo que han creado nuestras queridas autonomías, y que te expropian la finca familiar por una miseria para vendérsela a los constructores (que se llenarán los bolsillos vendiendo pisos a precios escandalosos) se encuentran ya realizadas las predicciones que hace décadas realizara Galbraigth en su libro La Sociedad Opulenta.
Más aún, Galbraigth también me hizo reflexionar sobre el poder de las palabras fuera de la literatura. Como explica en El Fraude Inocente: El Engaño del Libre Mercado:

Empecemos con la palabra capitalismo que parece pasada de moda. Hoy día lo correcto es referirse al sistema de mercado. Este cambio minimiza, e incluso borra, el papel que juega la opulencia individual en el sistema económico y social. Y elimina ciertas connotaciones adversas que se remontan a Marx. En lugar de tener a los propietarios del capital o a sus empleados en el poder, lo que tenemos es el rol admirablemente impersonal del mercado. Es difícil imaginar un cambio semántico que beneficie más a los que disfrutan del poder que concede el dinero. Han conseguido un cierto anonimato funcional.

O esta otra verdad, tan simple como ignorada por los economistas (quizá por lo mucho que les beneficia):

Hace un tiempo el consenso era que el dinero confería a su propietario, al capitalista, control sobre la empresa. Este es el caso todavía en la pequeña empresa. Pero en todas las grandes empresas el poder decisivo lo ostenta una burocracia que controla, pero no posee, el capital requerido. Las escuelas de administración enseñan a sus estudiantes a navegar por estas burocracias, y es a éstas a donde los graduados de dichas escuelas se dirigen. Pero la motivación y el poder de las burocracias no son temas dignos de estudio para los economistas. La gestión empresarial existe, pero su dinámica interna no se estudia, ni se explica porqué determinadas conductas son recompensadas con dinero y poder. Estas omisiones son otra manifestación del fraude. Puede que no sea del todo inocente. Permite evadir ciertos hechos, a menudo desagradables: la estructura burocrática, la competencia interna, la autopromoción, y muchos otros.
Este fraude, inocente o no, oculta un factor de crucial importancia en la distribución de la renta: en la cima de las burocracias empresariales, la renumeración la fijan aquellos que la reciben. Este hecho impepinable no encaja bien en las teorías económicas ortodoxas, y por tanto se le ignora. En los libros de texto no existen ni las aspiraciones burocráticas, ni la acreección burocrática mediante fusiones y adquisiciones de otras empresas, ni la remuneración establecida por el recipiente. Ignorar todo esto constituye un fraude no del todo inocente.
Estos días, al comentar el hecho con algún estudiante de Económicas, me encontré con que en clase ni siquiera habían oído hablar de Galbraigth (sí de Keynes, pero como ejemplo de todo lo que hay que evitar para que el capitalismo prospere). El hombre que había sido consejero económico de Roosevelt, Truman, Kennedy, Jhonson y Clinton, que había sido director de la Oficina de Control de Precios de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, que había dirigido el Departamento Estatal de Política Económica, que había encabezado la Comisión de Valoración de los bombardeos sobre Europa durante la guerra y que había asesorado la reconstrucción económica de Alemania y Japón no era mencionado en las aulas de las carreras de economía. Supongo que no era la referencia adecuada para formar a todos esos tiburoncitos neoliberales de la clase media alta española que afilan sus dentaduras juveniles a la espera de caer sobre el mundo y pelearse por los despojos de las últimas privatizaciones -subvencionadas, por supuesto -que nos quedan por sufrir. Todo ello, claro está, tras haber sido debidamente preparados y aleccionados por sus profesores, esos maravillosos educadores de la universidad española que claman por más liberalización, y el despido libre desde sus cátedras blindadas de funcionario con derechos adquiridos inalienables.
Lo que significa que seré yo quien tenga que prestarles algún libro de Galbraigth. No me caen especialmente bien los economistas (¿lo he dicho ya, verdad?) pero los amigos son los amigos, y no voy a dejar que vayan por ahí repitiendo las consignas de un bienintencionado borrachín escocés de Kirkcaldy acerca de que hay una mano invisible que busca el bien común y dios sabe que más inocentes insensateces.
Son adultos, se supone que ya no deberían creer en esas cosas...
Vuestro, afectuosamente
Skalagrim
Postdata: me ha parecido apropiada una cierta solemnidad como homenaje. Si os gusta Wagner encontrareis en la canción a pinchar de la columna de la derecha el Coro de los Peregrinos de Tannhaüser. A mí me pone la piel de gallina. Suena a esperanza.

6 Comments:

Blogger Unknown said...

Con este post acabamos de tener constancia fehaciente de la manipulación de los medios de comunicación. ¿Cómo puede haberse obviado de esta forma la muerte de Galbraith? Menos mal que encontré tu blog de manera casual y he podido enterarme de ello. No puedo decir que conociera ni su vida ni su obra con tanto detalle como has plasmado en el post, pero sí que mi ignorancia no llegaba al punto de desconocer la existencia de esa mente preclara y humanista en un mundo de lobos como el de los economistas.

Totalmente de acuerdo contigo en tu opinión sobre el gremio
economista, y absolutamente escandalizada de que ni se le mencione en los actuales estudios universitarios de esa materia.

Gracias por la información, aprovecharé el tirón que padezco últimamente y en cuanto termine de leer "La rebelión de las masas" creo que me zambulliré en la lectura de alguna obra de Galbraith. Releeré tu post para ver por cuál me decanto.

Un beso

8:52 p. m., mayo 10, 2006  
Blogger Skalagrim said...

Te agradezco muchísimo tu comentario.

En efecto, no sólo ha pasado desapercibida la noticia en los medios de comunicación, sino que mucha gente que conozco y que habitualmente se ha pronunciado sobre sí misma como progresista o de izquierdas ni siquiera lo ha comentado. Extraño, teniendo en cuenta que junto con Chomsky es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, sobre todo desde el punto de vista de la oposición razonada al neoliberalismo desbocado.

Eso sí, llevan toda la mañana bombardeándonos con el triunfo del Sevilla, y la ciudad entera se ha echado a la calle. Más de la mitad de la tierra cultivable de andalucía está en manos de 50 familias, y la Duquesa de Alba es la mayor perceptora de Subsidios Agrarios de la UE, pero lo importante es que ha ganado el Sevilla, y el presidente de la comunidad autónoma ha dicho que ese triunfo deportivo es un rasgo más de la identidad nacional.

Nos pone que nos den caña, es innegable.

Como lecturas te recomendaría "Historia de la Economía" y "La Cultura de la Satisfacción". Creo que cuando empezó a escribir en los años 50 aún confiaba en que el sistema fuera capaz de renovarse a sí mismo. La amenaza del comunismo había obligado al liberalismo económico a suavizar sus posturas y construir una sociedad del bienestar con parte de sus inmensos beneficios, y eso parecía una salida a la tendencia de acumular poder y riqueza de las corporaciones. La existencia de otra alternativa les obligaba en cierto modo a "ganarse" a quienes constituían a un tiempo su mercado de trabajo y su mercado de consumo.

Creo que una vez desaparecida esa amenaza y perdido el miedo Galbraigth se dió cuenta de que incluso esos pequeños avances sociales iban a ser desmantelados muy deprisa, y sus últimos libros tienen una acidez y una ironía que aumentan su interés. Hay quien dice que se radicalizó, y que eso hizo que nunca se le diera el Nobel de Economía. Creo que tienen razón.

Las verdades duelen, y poca gente se las toma bien.

Si consigues alguna recopilación de sus artículos, te la recomiendo vivamente. No tienen desperdicio.

1:39 p. m., mayo 11, 2006  
Blogger Unknown said...

Gracias por tus recomendaciones en materia de lecturas.

Acabo de releer tu post y me he vuelto a encender. Creo que debemos de tener una edad similar, ya que los 80 fueron también mis años de apertura de ojos ante las realidades sociales y políticas que me rodeaban. Jamás olvidaré la alegría de mi padre al ganar los socialistas la primera vez allá por el 82. Yo aún no podía votar, pero fue tanta la emoción de mi padre, que lamenté profundamente no haber podido hacerlo, y desde entonces es un derecho que vengo ejerciendo de forma incansable.
Pero ver en qué ha quedado la ideología socialista, absolutamente manipulada por la economía, me llena de desánimo. No soy tan ingenua como para pensar que con cuatro sanos ideales y buena voluntad se puede llegar a gobernar y organizar un país: el dinero tiene que salir de alguna parte, al menos hasta que encontremos alguna otra forma de organización social (no pierdo la esperanza de que esto suceda aunque tengan que pasar otros cinco mil años). Lo que me pudre las entrañas es el concepto de usura que impera en las cumbres del poder a todos los niveles; que se pierda la perspectiva humana que dices que preconizaba Galbraight, y que todo termine siendo un mero número, tan manipulable como nos muestran los matemáticos. Y para muestra valga el botón de lo que lleva tres días pasando en España a cuenta del negocio de los "bienes intangibles". Qué bonito es permitir que se den empresas dedicadas al manejo de algo tan banal como unos sellos de correos, ponerlo en manos del Ministerio de Consumo y ¡allá se las ventilen los pobres que confiaron en que sus ahorros dormían el sueño de los justos en las cajas de entidades perfectamente legales a los ojos del Gobierno de turno! Luego, con lavarse las manos y entonar un ¡ahhh, se siente, haberlo metido en un Banco y el Gobierno hubiera respondido con sus arcas! se quedan tan tranquilos, perfectamente embutidos en sus disfraces de dignidad y emanando "confianza"

Mejor me paro aquí, o el ordenador empezará a echar humo contagiado por mi calentón...

Me lanzo a la busca y captura de los artículos que mencionas, todo sea por sentir que en el fondo no soy una tonta idealista.

;-)

PD: Olvidé agradecerte el regalo musical, ciertamente adecuado :-)

12:06 a. m., mayo 12, 2006  
Blogger Skalagrim said...

Sí, creo que hemos vivido los mismos tiempos. Felipe González se fue a China, aprendió la tontería esa de que "es indiferente que el gato sea blanco o sea negro, lo importante es que cace ratones" (me pregunté entonces para qué coño queríamos partidos políticos) y nombró ministro de economía de los ratones a Solchaga, el Unico Hombre Vivo a la Derecha de Gengis Khan. Fueron tiempos interesantes (dicho que también viene de China).

Respecto a lo que ha ocurrido estos días, es un buen ejemplo de lo que Galbraigth enseña sobre los mercados sin regulación. La crisis del 29 sobrevino no porque la bolsa bajara, sino porque la gente PEDIA PRESTADO DINERO para invertir en bolsa. Y los banqueros se lo prestaban gustosos porque los ingresos en aquella espiral ascendente eran enormes. ¿Nadie con dos dedos de frente se daba cuenta de que el dinero no se multipolica por generaciuón espontánea...? Pues aparentemente no, y la explicación es sencilla. En primer lugar todo el mundo piensa que es más listo que demás y que es especial, que los pringaos son los otros. En segundolugar el capitalismo se basa, principalmente, en la avaricia, y ésta es capaz de cegarte.

Y en tercer lugar, y desde mi punto de vista esto es lo más importante, el concepto de la MANO INVISIBLE de Adam Smnith ha hecho un daño psicológico enorme al volver inconcretos los mecanismos monetarios. La gente de verdad cree, aún gente aparentemente tan conservadora e inteligente como los banqueros, que el sistema vela por sí mismo por su propia naturaleza, casi como si fuera cosa de magia. Es flipante, pero cierto.
Cuando los bancos del 29 -que a su vez eran los principales reguladores "de facto" de la bolsa por sus niveles de inversión -quisieron recuperar sus préstamos, la gente empezó a vender sus acciones, y al vender sus valores se depreciaban más y más, y cuanto más se depreciaban más cundía la histeria y menos podían devolver sus préstamos. Y la cascada ya fué imparable.

Salvando las distancias, algo parecido ha ocurrido ahora con esta movida del Forum Filatélico. ¿Como es posible que la gente vendiera sus casas y fincas para comprar sellos? Porque el beneficio garantizado superaba a los de los valores de inversión tradicionales. A veces sólo un punto o dos, pero esa diferencia ya hace que a la gente le goteen los colmillitos.
Las entidades de inversión de toda la vida -fondos en bancos, deuda pública, valores de bolsa -no pueden competir con esos inventos porque estar regulado es más caro (los fondos de compensación cuestan dinero) y el control del Banco de España o de la CNMV te permite menos aventuras.

La avaricia, que es el motor del sistema, hizo que la gente perdiera toda prevención. Por otra parte el estado cobraba sus impuestos igualmente y se ahorraba legislar, inspecciones y movidas. Es el Laissez-Faire que recomiendan el FMI y la Escuela de Chicago, cuyos jóvenes halcones neoliberales están infiltrados por todas partes sin importar que partido gobierne. Hay que dar rienda suelta. Hay que dejar hacer. Que se jodan los débiles.

Y los débiles se han jodido. Habrá pocas corporaciones importantes y pocas entidades bancarias entre los estafados (de hecho los periódicos no han informado de ninguna). Los afectados son pequeños y medianos inversores.
Y los bancos (y las constructoras) estarán frotándose las manos, porque después de esto la gente va a tardar años en volver a meterse en aventuras extrañas y se va a volver muy, muy conservadora con su dinero.

Por otra parte, ¿no preguntaban dónde estaban los billetes de 500, de los que tenemos el 30% de los emitidos en toda la Unión? Pues no se han encontrado bolsas de plástico llenas estos últimos meses ni nada.
Que país...

12:04 p. m., mayo 12, 2006  
Blogger Unknown said...

Por favor, no sigas. Entre lo que escribes y las recomendaciones a tener en cuenta a la hora de dcidir qué hacer con nuestros ahorros, que acabo de oir en el Telediario, creo que me falta ya muy poco para comprar el primer billete de lanzadera espacial con destino a Andrómeda, en la esperanza de que allí todavía se pueda establecer una economía basada en el trueque.

En fin, querido Skalagrim, acabo de tomar una serie de decisiones muy concretas: mi próximo marido (¿?¿?¿?) será restaurador de vidrieras góticas, volveré a guardar mis sisas en el calcetín y la televisión se convertirá en soporte para figuritas de ahora en adelante.

Besos ;-)

8:20 p. m., mayo 13, 2006  
Anonymous Anónimo said...

Esto...

Tu blog me ha parecido muy interesante. En efecto, poco caso se le ha hecho a la noticia, sobre todo entre gente de la que esperaría uno un cierto posicionamiento en estas cuestiones.

Sin embargo sí hay un par de cosas que me gustaría apuntar. Incluso tres.

La primera es que mucha gente le da "caña" a Adam Smith por su ocurrencia de "la mano invisible", pero muy poca se ha leído en realidad "La Riqueza de las Naciones", la obra en la que desarrolló la teoría del liberalismo. En su momento fue ua auténtica liberación de las rígidas normas del mercantilismo. Si la Revolucion Francesa enterró al feudalismo político, Adam Smith y su teoría enterraron al feudalismo económico. Y las sociedades que antes aceptaron el sistema de libre mercado son las que antes han alcanzado la prosperidad. El proteccionismo sólo genera más pobreza entre los más pobres, en mi humilde opinión.

La segunda es que el tema de lo sellos es un perfecto ejemplo de los principios filosóficos, ya no económicos o sociales, que estamos debatiendo. En las sociedades liberales prima el individualismo, a menudo un liberalismo excesivo, pero ello también implica que éste -el individuo -es un ser responsable de sus actos y que asume las consecuencias de los mismos. El intervencionismo estatal crea a menudo ciudadanos bastante llorones, que consideran que sus errores han de ser corregidos por un poder superior que enderezará sus equivocaciones. Me parece bastante triste.

En el caso concreto que nos ocupa, no entiendo porqué los poderes públicos -es decir, nuestros impuestos en última instancia -deberían asumir los costes de unas operaciones de riesgo que la gente asumió alegremente y pensándoselo muy poco. En cierto modo imperaba entre ellos el espíritu de la victima del timo de la estampita. Pensaban que iban a ganar dinero por ser más listos que los demás, y arriesgaron sus ingresos y ahorros en base a principios tan peregrinos como la confianza que les daban los comerciales de las compañías.

Creo que el planteamiento adecuado debería ser que actuaron como ciudadanos adultos... y se equivocaron. Evidentemente han de ser resarcidos por vía judicial de la estafa y las mentiras de las que han sido víctimas, pero estas compensaciones deberían salir de los embargos y requisaciones de las empresas y responsables implicados. Que los demás tengamos que asumir los costes de aventuras personales mal pensadas o de quien ha querido ahorrarse las comisiones de unos profesionales que les hubieran aconsejado responsablemente me parece demagogia.

Y en tercer lugar, y de MUY BUEN ROLLO, por favor...
Para sentir tan poco aprecio por la cosas económica... ¿tú te has leído a tí mismo ultimamente? :D

4:09 a. m., mayo 14, 2006  

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