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13 abril 2006

Aullidos, nocturnidad y un tendido ferroviario (1)

Sábado, ocho y media de la tarde de un fin de semana cualquiera, hace unos días.
Estoy intentando encender la chimenea cuando oigo los golpes en la puerta. Son golpes frenéticos, ansiosos, y antes de que su eco se desvanezca ya sé que no es alguien que se ha perdido (a veces ocurre) o que piensa que es un bar y está cerrado (nunca he entendido a estos últimos, si creen que está cerrado, ¿para que coño llaman...?).
La chimenea con la que me peleo es en realidad una estufa Franklin de hierro, enorme y vieja, con dos puertas inmensas que cierran el hogar. Se la compré de segunda mano a un pobre hombre que trabajaba con nosotros y que pasó a mejor vida en tristes circunstancias. Después de instalarla y reparar fugas y grietas por todas partes he tenido que pagar una fortuna a un supuesto albañil para que colocara un tubo de dos metros en el tejado, donde yo no llego por culpa del vértigo. La portentosa hazaña, que le ha llevado apenas una tarde, me cuesta media nómina. Por si fuera poco, en mi primera compra de madera al por mayor me han pillado fuera de casa a la hora de la entrega y me han dejado una tonelada de roble magnífico, pero más húmedo que los pasamanos del Titanic. La madera mojada provoca unas humaredas alucinantes y encima no hay dios quien la encienda, y yo soy demasiado orgulloso para usar las putas pastillas de barbacoa para domingueros. En el viejo caserón de piedra en el que vivo lo de que ha llegado la primavera es un rumor sin confirmar, y en la planta baja que es mi refugio el suelo parece permafrost siberiano. El frio atraviesa las viejas baldosas graníticas, pasa como si nada por las suelas de mis botas y sube por mis huesos hasta el cerebro, donde me congela las ideas. Luego la gente me pregunta por qué casi siempre escribo acerca de glaciaciones y lugares frios. Aquí los quisiera ver yo...
Estoy, pues, en uno de esos fines de semana enclaustrados en los que lucho contra la vejez de los materiales, el desorden, la falta de tiempo, la humedad, el frío cavernario y mi natural dispersión mental. El objetivo, lejano aún, es lograr algún día reinstaurar un cierto orden en mi vida, y reconstruir de una maldita vez la biblioteca -antes de que mis libros se conviertan en un efecto óptico de un remake de la "La Máquina del Tiempo".
Pero estaban aporreando la puerta, no empecemos a divagar.
Abro y allí están Cris y mi hijo. Tienen el rostro desencajado y alarma en los ojos. Creo que Cris estaba gritando, pero como al mismo tiempo aporreaba no se la oía.
-¡¡El teléfono, coge el teléfono!!


Estoy confuso. Giro buscando el teléfono, que está donde siempre, entre el Tazz bateador y el revólver, sobre las estanterías para cedés llenas de cosas olvidadas. Es uno de los pocos lugares donde funciona. A veces falla la cobertura, en parte por culpa de las paredes, que están hechas como para resistir un asedio medieval, y en parte porque las compañías de telefonía móvil han girado sus antenas hacia zonas más residenciales sin añadir cobertura (y sin avisar, y te jodes), y ahora ésta viene y va a su bola. Pero de todos modos, que no me haya enterado de que me llaman no es para montar este cirio. Antes de que pueda decir nada más Cris añade a gritos que alguien esta aullando en la parte de atrás. Aullidos terribles, dice. Mi hijo asiente sin decir nada, pero muy nervioso. Es un tipo tranquilo, de una flema casi británica, de modo que al verle así yo empiezo a dar vueltas, desconcertado. Cris sigue hablando, pero ya no la oigo. Tiene el don de poner a la gente al borde del caos, es uno de sus superpoderes. Me empuja para que vaya más rápido. Si se pusiera una capa, unos leotardos y aprendiera a volar con un puño por delante, crecientes olas de histeria y pánico sacudirían el mundo como un tsunami en el sentido de su vuelo... Por suerte hay una parte de mí que desconecta cuando pasan estas cosas (la costumbre, suelen pasarme cosas raras y a estas alturas mi instinto me sirve bien, mi joven Padawan) y encuentro el móvil, las llaves y una linterna antes de darme cuenta de que estoy fuera, caminando hacia el coche. Le digo a mi hijo que suba a la casa de arriba y que cierre por dentro, y arranco el motor mientras hago una revisión mental del entorno para ponerme en situación.
En primer lugar, vivo en un sitio muy raro. Algún día le dedicaré una entrada entera. Dejo de lado otras excentricidades geográficas y paisajísticas y me concentro en la parte de atrás, que es de dónde al parecer salen los aullidos. Yo aún no he oído nada, pero cuando pienso en aullidos en la parte de atrás de la casa se me erizan hasta las pestañas.
Veamos, detrás de la casa hay un pequeño huerto. Está delimitado por la vía del tren, que alegra mis horas y aporta a mi vida algunos pasajes de cierto interés. Las leyes de este país y la herencia del capitalismo manchesteriano del XIX, unidas a la chulería estatal franquista, han dotado al ferrocarril de poderes casi feudales sobre cualquier propiedad anexa, entre los que se incluyen joderte las plantas, regar tu huerta con venenos y herbicidas, invadir tus propiedad, volcar materiales sobre ella, almacenar maquinaria, dejar cosas olvidadas, paso y uso a ambos lados de la vía, derecho a realizar las obras que gusten a la hora que quieran...
El ferrocarril, en suma, alegra inconmensurablemente mi vida. Sí, algún día hablaré de eso también.
Más allá del talud que invade mi huerto y de la vía del tren hay una carretera estrecha que toca la vía tangencialmente -permitiendo a los conductores de tractores borrachos que bajan por la pronunciada pendiente haciendo rally folk caer en mi huerto sin causar perjuicios al tráfico ferroviario -y más allá comienza la Europa de la Edad de Hierro que los naturalistas que viven cómodamente en las ciudades tanto añoran: bosques, praderas, monte bajo, enormes lauredales oscuros y ni una puñetera luz eléctrica.
En unos minutos rodeo la finca y subo pendiente arriba, hacia la vía. Más allá solo hay oscuridad, y pongo las luces largas. Bajo las ventanillas, detengo el coche, miro hacia mi casa y veo las ventanas encendidas y siluetas recortándose, pero yo no oigo nada. Apago el motor, y me estiro todo lo que puedo -la vía pasa a mi derecha, y por lo tanto tengo menos campo de visión, suponiendo que pudiera ver algo en esa negrura -pero cuando apago el motor puedo oír que desde casa me están gritando que no me baje y que arranque, que me vaya, que me vaya. Me pregunto entonces para qué coño me han llamado, luego pienso que pueden estar viendo venir algo que yo no veo y arranco. El coche termina de subir la cuesta, se separa de la vía y sube monte arriba. Sigo sin oír nada.
Doy la vuelta algunos metros más allá y emprendo el camino de bajada, con las luces encendidas pero muy despacio. Al llegar al punto de intersección del camino con la vía me detengo, apago el motor, dejo las luces largas y asomo la cabeza. La vía está a mi izquierda, y debería oír algo.
Y entonces, en efecto, lo oigo.

En fin, no soy muy impresionable, pero tampoco soy un témpano de hielo. El aullido, medio ulular, medio bramido, que surge de las sombras, más allá de la vía y de los árboles, es inhumano. Sube y baja, próximo pero sin que pueda situarlo, y los árboles son tan espesos que la linterna no me muestra nada más que formas retorcidas de color gris que se agitan (de día, sencillos arbustos y ramas, aunque ahora parece una fiesta de cumpleaños de la familia de Alien).


El bramido se repite, siento que se mueven piedras al otro lado de la barrera de oscuridad, y recuerdo a Roy Scheider en "Tiburón" diciendo que necesitan un barco más grande. Le comprendo. Yo lo que necesito es un hacha vikinga de doble filo. O un AK47 kalashnikov. De un modo confuso, pero que en ése instante tiene una extraña coherencia, recuerdo haber comentado alguna vez que en ciertos lugares del mundo todo hijo de vecino parece tener una ametralladora en casa. Sabias y antiguas culturas, me digo. Y "eso" vuelve a bramar, algo profundo, poderoso, paralizador, casi un rugido, y siento que se mueven más piedras, muchas más piedras entre las sombras, sobre la vía. También oigo voces que me gritan desde las ventanas "¿lo oyes, lo oyes?" y "¡¡sal de ahí, sal de ahí!!".
Y coño que si salgo. Arranco en frio y el coche sale cuesta abajo y yo me niego a mirar por el retrovisor, por si veo algo. No voy a esperar a ver qué sale de esas sombras estando yo armado tan sólo con mi nokia y un llavero, lo siento. Salgo huyendo, aunque con cierta elegancia que remato derrapando suavemente en la curva. Finalmente me detengo ante la fachada delantera de mi casa, la que se abre a un paisaje algo más civilizado, aunque un tanto desolado. El parque sombrío de enfrente, el perro de una vecina aullando bajo una bombilla amarillenta y dos gatos sentados sobre la máquina de Cocacola del estanco me parecen de pronto la quintaesencia de la vida urbana. Y es curioso lo acogedoras que pueden resultar de pronto unas vulgares farolas...

(Continuará...)

5 Comments:

Blogger Daven said...

Juas... historias para no dormir ^^.
Aunq lo del continuará ha sido un poco perro. Ahora nos tienes con la mosca detrás de la oreja :P

2:12 p. m., abril 13, 2006  
Blogger Skalagrim said...

Es que fue una noche de gran provecho y enjundia, pero muy larga de contar, y hubiera salido un post inmenso.

3:40 p. m., abril 13, 2006  
Anonymous Anónimo said...

LA MADRE QUE TE ... ala, como jode cuando te cortan la historia a medio camino, ya esta el skala haciendo gala de su fino tamiz de suave terror aderezado de ese tono de hause sacandole punta a las circunstancias, y ya van dos, tus post son largos, y algunos se distorsionan mas de lo normal, pero, a veces, un cuervo... esto, eso, que felicidades, me has mantenido pegado al puto post y casi me da un pachungo ver que no sigues...

sxalu2

pdta: yo tambien vivo en una casa, pero con un bosque detras y la carretera delante, la barrera entre la luz y la mas absoluta confusion y oscuridad que se puedan encontrar...si sabes moverte entre los arboles en plena oscuridad mola, sino, es posible que te metas un par de guarrazos de cuidado...

pdata2: siento lo largo del post, pero es que me ha molado mas que un helado en pleno infierno, deux

pdata3: esa continuacion YA

1:57 a. m., abril 17, 2006  
Blogger Juanma said...

¡Joer, no vale! ¡Nos dejas colgaos en pleno cliffhanger!
A mejorarte de esa zarpa lesionada, que nesesito saber cómo acaba la historia.
;-P

9:13 a. m., abril 18, 2006  
Anonymous Anónimo said...

xDDDDDDDDDDDD

Sigue!!!!!


xDDDDDDDDDDDDDDDDDDD

11:19 p. m., abril 19, 2006  

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