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23 febrero 2006

Compartiendo impresiones: Cuando el dragón despierte.
Esta es la historia de un libro que yo tengo... y tú probablemente no, amable visitante. Es un hecho particularmente injusto, e incluso un poco más que eso. Es una auténtica pena.
Para empezar, lo admito, es una manía personal. Tengo una especial fascinación por esta novela, y algunos de mis amigos que la han leído y no han encontrando en ella las mismas cosas que yo incluso la califican de pequeña obsesión. Es muy posible que tengan razón. Uno de ellos dijo en cierta ocasión que a veces ponemos cosas en un libro que no estaban en él, pero que nosotros llevábamos dentro, y eso lo engrandece de una forma extraña (él no lo dijo así de bien, claro, pero hoy me siento generoso en extremo...).
Creo, sin embargo, que Cuando el dragón despierte tiene sus particularidades. Para empezar, el autor era en su momento un completo desconocido en el género, y su nombre no era ninguna referencia. Esta era, de hecho su tercera novela. En aquella época -años ochenta, sin internet y sin televisión por satélite, con pocas revistas disponibles y menos lugares aún donde comprarlas -encontrar información no era tan sencillo (y si uno vivía en una ciudad de provincias para qué hablar). Uno leía, sin embargo, las citas y la introducción y creía captar en ellas una cierta tristeza no exenta de ironía. Hay de hecho en la novela una melancolía que flota sobre toda la historia como una neblina.
También estaba el libro en sí mismo. Para empezar, la información de las solapas y la contraportada, siendo intrigante -hoy quizá lo sería un poco menos por saturación, pero en 1983 la Fantasía Histórica era un corriente novedosa -no daba demasiadas pistas, y en modo alguno preparaba además al lector para el desconcierto que le esperaba:
1478. El Alba del Renacimiento. La Guerra de las Dos Rosas ha llevado a Eduardo IV al trono de Inglaterra. La resplandeciente corte florentina de Lorenzo el Magnífico prospera sobre la opulencia de la Casa Medici. Leonardo da Vinci trabaja en sus asombrosos estudios anatómicos. Pero no todo es como debería ser...
A todo lo largo de Europa, las fuerzas de la oscuridad, la magia y la rebelión se están reuniendo, conduciendo y confrontando a extraños personajes: el duque vampiro de Milán, el heredero del trono de Bizancio, Ricardo III, Luis XI de Francia... Entre tanto, en las colinas de Gales, Hywel Peredur vigila al Dragón Rojo que se alza de nuevo para liberar a su pueblo del Dragón Blanco de Inglaterra...
He de reconocer que caí en la trampa de la contraportada. En el primer párrafo se nos advertía de que "no todo es como debería ser...", pero al leer el segundo párrafo con sus vampiros, brujos y dragones uno se quedaba con la impresión de que las pequeñas particularidades y diferencias fantásticas con la realidad de la historia conocida transcurrirían en las sombras, con los engranajes de los hechos fantásticos entre bastidores, haciendo encajar los datos de la realidad conocida. Y solo en la solapa delantera se mencionaba que "En Anjou, Luis XI, el Rey Araña, planea la ruina de la Francia bizantina.
Han pasado más de dos décadas y aún recuerdo mi fruncimiento de ceño delante de la vieja y diminuta estantería dedicada al fantástico de la Librería Paradiso. Aquello de la Francia bizantina me dejó un poco desconcertado. Lo del heredero de Bizancio tenía su propio romanticismo, pues sabía que Constantinopla había caído en 1453 en manos de los turcos, y la idea de un príncipe exiliado de un imperio perdido llevaba su propia carga poética y de misterio. Y sin embargo, lo de la Francia bizantina no tenía ningún sentido...
Si me apuraran, casi diría que fue por eso precisamente por lo que me lo llevé. Creo que fue eso también lo que me hizo posponer otras lecturas pendientes y empezar a leer Cuando el dragón despierte con cierta expectación. Y entonces empecé a alucinar.
Tengo que recordar en que momento se encontraba la literatura fantástica cuando este libro llegó a mis manos. El Señor de los Anillos aún no había estallado en forma de fenómeno masivo de pantalla y figuritas, y era una lectura casi de culto, personal y muy discreta, y sin embargo el modelo a imitar estaba ya lanzado, y las dragonlances y los mundos medievales en los que nadie trabaja la tierra ni fabrica banquetas empezaban a llenar las estanterías... Tim Powers aún no había llegado para asombrarnos (al menos a las dos librería de minúsculas secciones fantásticas que teníamos en la ciudad) y Holdstock y Keith Roberts eran aún una cita en el futuro. Y a mí nada me había preparado para aquello.
El libro empezaba en Gales, bajo ocupación inglesa. Oscuras montañas, caminos ocultos, la sombra de Roma en las ruinas sobre las colinas. Casi podía sentir al fantasma de Arthur Machen leyendo sobre mi hombro. Desde el principio aparecía también una de las presencias permanentes del libro, la magia: terrible, poderosa, vulgar y politizada. Con un coste. Acababa de terminar el primer capítulo y me di cuenta de que estaba atrapado.
Y entonces pasamos a la Francia bizantina, y pocas veces en mi vida me habré encontrado tan perdido..
A quien no me conozca le resultará difícil entender lo que quiero decir. La historia es mi pasión, un terreno en el que me muevo con cierta confianza. No soy un erudito ni un maestro, pero más o menos siempre logro situarme. Y de pronto, estaba completamente perdido. Bizantinos en la Francia meridional, gobernando a la sombra del macizo de Alesia, en palacios con calefacción central y santuarios de Mitra. Y entonces me di cuenta de que llevaba más de cincuenta páginas leídas de lo que yo pensaba que era una novela histórica y aún no había aparecido un sacerdote, ni una cruz, ni una catedral, ni la omnipresente iglesia ortodoxa en la misteriosa colonia bizantina.
Pero estaba Alesia. Un fresco con César venciendo a los galos. Niños jugando a ser Ricardo Corazón de León y Saladino. El recuerdo de un Vercingetórix rebelde. Escenarios familiares por todas partes. Y sobre todo, la historia en sí misma.
Porque de pronto las incongruencias y los detalles extraños dejaron de tener importancia. El capítulo de la Francia bizantina era terrible, extraño y conmovedor. Honor, lealtad y pesar cruzándose por todas partes. Extrañas resoluciones y destinos trágicos. Y cuando terminó y salté a la Florencia de los Médici, con su joven doctora de pelo blanco y los ejércitos de un imperio que yo sabía que ya no existía, las misteriosas incongruencias y faltas me daban igual. Los personajes estaban allí; los condottieri renacentistas, las ciudades estado, los príncipes y los locos, los genios y los fanáticos; y sin embargo no era exactamente nuestro mundo, nuestro pasado conocido. El capítulo de la posada en los pasos montañosos de Italia me permitió reflexionar a medida que se investigaba un misterio que la propia Agatha Christie hubiera querido resolver. Comprendí que era también un alto en el discurrir de la novela, una pausa antes de lanzarse al nudo de la historia, una vez presentados los personajes. Y más allá de la pausa, para mi pasmo y gozo, me esperaba la Inglaterra de la Guerra de las Dos Rosas... ¿Cuantos de vosotros, como yo, conocieron a los Lancaster y a los York a través de Stevenson, que junto con Shakespeare se asomaba ahora como un fantasma a leer sobre mi hombro? Y yo aún buscaba la silueta de una catedral del gótico normando elevándose sobre Londres, y en cambio la novela daba su propia versión de como un sol (y al recordar "este sol de York" sonreí con complicidad) figuraba como emblema junto con los leones de Inglaterra en la ropa de Eduardo IV. Y todo ello precisamente antes de la entrada en escena de Ricardo III, iniciando así una historia que conozco y que sin embargo no reconocía, cuyos detalles casaban pero cuya mecánica había cambiado por completo. Ya no me importaba el desconcierto. En realidad, estaba disfrutando de él como un niño.
Entonces comprendí al fin, y el recuerdo de esa comprensión es una de las razones que me animó a escribir este comentario (otra podría ser recomendar su compra, si alguno de los lectores de este blog tiene la suerte de encontrar un ejemplar en alguna parte, puesto que las posibilidades de que se reedite son, me temo, más bien escasas).
Porque Cuando el dragón despierte no era propiamente una novela de fantasía histórica tal y como la concebíamos entonces, ni mucho menos uno de los pestiños sobre Cámaras Santas Secretas, Códices Perdidísimos, Templarios Recalcitrantes e Iluminati, Cegati y Estrellati de todas las sectas con los que se nos bombardea desde hace una temporada. La obra de John M. Ford es una ucronía, una de las formas más complejas, apasionantes y difíciles de hacer literatura fantástica que uno pueda imaginar, y que se basa en la pregunta de "¿Que hubiera ocurrido si...?" aplicada a los acontecimientos históricos y sociales conocidos, con la intención de introducir un giro en un momento determinado y alterarlos para generar todo un mundo nuevo. Exige, aún sin ser excesivamente detallada, un conocimiento profundo de los hechos que se cambian y del mundo tal y como fue para producir un escenario creíble y coherente en el mundo como hubiera podido ser que se describe. Y además tiene que dotarlo de sentimientos y personalidades que, siendo distintos de los nuestros, podamos comprender, porque hubiéramos podido tenerlos. Al fin y al cabo, un "que hubiera pasado si..." es una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en nuestras vidas, y el concepto se encuentra ya dentro de nosotros como una parte de nuestras propias dudas.
Hay al final del libro unas "Notas Históricas" del autor en las que por fin encontré una explicación que confirmó todas mis sospechas. El mundo en el que nos hallábamos en Cuando el dragón despierte era el nuestro tal y como hubiera podido ser con algunos pequeños cambios, apenas accidentes en el discurrir de la historia, aderezados con algunos toques fantásticos deliberados (estoy seguro de que el dominio del autor era suficiente como para haber prescindido de ellos, y el hecho de que los haya elegido como opción no deja de ser un sorprendente compromiso con el género). Un mundo en el que Juliano el Apóstata logra imponer la libertad religiosa y rescatar el paganismo del rodillo brutal de la religión cristiana, y donde el fanatismo de los intolerantes monoteístas ha convertido al cristianismo en una secta terrorista y fanática completamente fuera de la sociedad. Un mundo en el que el emperador de Bizancio Justiniano I alcanza la longevidad necesaria -y el talento que no tuvo -para resucitar al Imperio y convertirlo en una maquina de expansión de una complejidad y una modernidad aterradoras. Un mundo medieval y renacentista sin iglesia católica y sin monjes ortodoxos, con templos de Mitra y sin catedrales elevándose al cielo. Y sin embargo, un mundo en el que los personajes de nuestra historia y de la literatura que conocemos siguen teniendo mucho que decir.
Porque a pesar de los delicados mecanismo de la ucronía, que son un goce en sí mismos, y de los detalles, guiños al lector y sorprendentes revelaciones que nos muestran, al final todos los universos se parecen, y esta es una historia de personajes. No solo de reyes, duques, príncipes y asesinos históricos, sino también de apariciones reveladoras -atención a ese caudillo valaco cegado por el sol que regenta una posada en el sur de Francia, pues es alguien a quien conocemos -y sobre todo de reacciones humanas: el vampiro que intenta congraciarse consigo mismo y con el mundo, el soldado que busca un hogar al que ser leal, la doctora que lo ha perdido todo y el brujo que sabe lo que se avecina porque ha pagado por ello dolorosamente... Y el Imperio, convertido en un monstruo que lo devora todo, una máquina incapaz de detenerse a sí misma, construida con la eficacia de los siglos y resuelta a acabar con toda forma de independencia que sostenga una forma de pensamiento diferente.
Es también una novela a veces dura, donde los personajes de brillante apariencia esconden a menudo vergüenzas y miserias, y donde la muerte se adjudica con la distante frialdad de quienes han leído a Maquiavelo. Y sin embargo, hay algo más allá de eso, una extraña generosidad. En la búsqueda de su propia redención, los personajes dejan a un lado sus venganzas y agravios y abrazan una nueva causa que solo puedo describir dejando aquí un párrafo que en buena medida resume el espíritu de la novela, y que espero que el detentador de los derechos, si lo hay, me perdone:
-A la gente se le puede hacer daño -dijo Hywel -. Al imperio, no lo sé. Es fuerte y posee una paciencia inhumana para perseguir sus fines. - La observó un instante. Había la leve sugerencia de un temblor en la comisura de sus ojos. Las raíces de su cabello, sobre su despejada frente, eran blancas. -Pero posiblemente... si actuamos en un solo lugar, con un solo fin... podemos detenerles.
- Conozco un lugar llamado Urbino -dijo Cynthia -. Pueden ser detenidos.
- Conozco un lugar llamado Inglaterra. ¿Sería suficiente detenerlos, mi señora?
Ella se miró la muñeca y pasó los dedos sobre ella buscando el pulso, y miró a Hywell con la pregunta claramente formulada en sus ojos. Pero no le preguntó lo que sabía.
- No, no es bastante. La venganza nunca es suficiente, ¿verdad doctor? -dijo ella -. Una vez empezada sigue y sigue... tenemos que actuar en nombre de aquellos que aún no han sufrido daño. -Y sonrió, como una flor que se abre. [...]
Por lo demás aquí estamos, capeando el temporal, y no estoy usando metáforas. Vuelve a haber nieve por todas partes a poco que uno se aleje de la costa, y el aire corta en cuanto deja de llover y cae la tarde. Como una más de las consecuencias de estar aquí, de vivir aquí, de ser de aquí, me gusta el invierno. Convierte la vida en algo apresurado y frío que te hace correr y estar vivo, y el calor de una habitación y un café caliente bastan para arrancarle a uno una sonrisa. A tenor de lo cual he de anunciar que he colocado una nueva canción para escuchar en el enlace de la derecha. Suena a lluvia, a viento húmedo, a pasos rápidos sobre las piedras de la calle Trinidad para llegar al Avalon, pedir un carajillo de nata y sumergirse en el calor de la costumbre, dejando el aire cortante y el pesar de la semana más allá de la puerta.
Es mi pequeño -pero no el único -homenaje al Pub Avalon, que ha cerrado por obras y remodelación (se han cargado el edificio, vamos). La tertulia del mismo nombre ha tenido que trasladarse, y la calle Trinidad es ahora tan silenciosa y se ha quedado tan vacía que no apetece pasar por ella. Espero que hayan guardado el mural con el viaje de Arturo a Avalon en algún lugar seguro...
Y sin embargo, sobrevivimos. Hemos superado a los romanos, a los suevos, a los hérulos, a los visigodos, a los árabes, a los franceses y a la Du Pont. Sobreviviremos a un maldito derribo. Y entretanto ya tenemos una mesa en el Café Triskel, donde también hay cañas de cerveza, viejas sillas de madera gastada, gruesos cristales que protegen del frío y buena música con la que disimular el ruido que hacen los amigos afilando sus puñales bajo la mesa. Es Mago de Oz versionando a Gwendal, y suena muy parecido a nuestros viernes...
Afectuosamente vuestro

Skalagrim

09 febrero 2006

Estela de Plata

Devoraba kilómetros.
Era impresionante verlo avanzar en el prematuro amanecer de aquel cielo infectado, una aguja de plata flexible corriendo sobre un trenzado de acero. Cuando encendía sus luces era imposible mirarlo fijamente, corriendo a más de doscientos kilómetros por hora, dejando casi atrás el reflejo de sus propios focos. El diseño del mejor tren; un derroche de poder energía e ingenio, corriendo como una bestia en libertad condicional, pudiendo elegir su velocidad pero no el camino.
Tenía un Capitán, por supuesto. En otro tiempo -casi podía pensarse que en otro lugar- otros ferrocarriles habían trasladado cargas y multitudes a través de campos tranquilos y ciudades adormecidas. Tenían revisores que pedían billetes con voz monótona y maquinistas aburridos que la electrónica había convertido en vigilantes de una consola. En otro mundo.
Ahora todo era distinto.
Las ciudades que atravesaba estaban muertas. Los campos eran desiertos sembrados de hierros retorcidos y ruinas ennegrecidas. Las estaciones revoltijos de papeles chamuscados, los pueblos se habían convertido en fantasmas silenciosos de edificios muertos a través de cuyas ventanas, como bocas desdentadas, aullaba el viento. Una multitud de luces brillantes había descendido del cielo un amanecer, anunciada por trompetas apocalípticas que imitaban a sirenas de alarma. Después había llegado el fuego, un fuego abrasador que consumía la roca y el metal como si fuera papel. Y detrás vinieron las lluvias, y sus gotas estaban cargadas de partículas alteradas, pequeños asesinos que irradiaban una muerte invisible o un cambio aterrador en todo lo que nacía. Una guerra había comenzado y terminado en un instante, devorada por sí misma.
El Capitán se preguntaba a menudo, solo y pensativo en su puente bajo cielos plomizos, como era posible que el hombre, algunos hombres, hubieran sobrevivido. Y sin embargo allí estaban, intentando esquivar a la muerte con una organización férrea y una voluntad de titanes. Las explosiones termonucleares habían levantado millones de toneladas de partículas a las altas capas de la atmósfera. La luz del sol, su calor, apenas si podían llegar a la tierra. Al castigo divino de la radiación se unía pues el frío atroz de un invierno perpetuo.
Hielo y escarcha dominándolo todo, perpetua oscuridad sobre sus cabezas. Los amaneceres de aquel mundo de pesadilla gris ceniza eran como la penumbra de un profundo pozo. Sus noches, la nada total.
Había pues, que vivir en las sombras, pero había que vivir. En el Norte, en las islas volcánicas del Atlántico, gigantescos invernaderos subterráneos sustituían la luz del sol por luz artificial alimentada con energía geotérmica. Sus alimentos llegaban después al Sur, a las pequeñas colonias supervivientes que buscaban el escaso calor de los trópicos. Los barcos no podían navegar en un mar congelado de témpanos errantes, y en muchos lugares el fondo de los antiguos océanos desaparecidos era ahora un desierto inabarcable. Había pocos aviones. Sólo quedaba el ferrocarril.
El tren atravesaba un mundo en sombras como un atleta enloquecido con los ojos vendados. Llevaba un cargamento de semillas, medicinas para la colonia de cultivo, equipos médicos, maquinaria... y municiones.
Las ciudades en ruinas que por fuerza atravesaban las vías se habían convertido en una jungla de hierros retorcidos por la que vagaban los desgraciados descendientes de quienes no habían tenido un refugio. Muchos ya no tenían mente, y la mayoría apenas si conservaba un resto de humanidad más allá de la locura en la mirada. Las radiaciones habían transformado los códigos genéticos de una larga evolución natural en un caos cromosómico, pero los instintos seguían ahí, inalterables. Cuerpos ulcerados y cancerosos, alimentos contaminados, baños continuos de radiacn. Úlceras que nunca se curaban, heridas que producían un dolor constante. Dolor convertido en furia. Y odio. Sobre todo, odio contra los que se han salvado, contra aquellos que siguen siendo lo que se intuye dolorosamente que un día se fue, se hubiera podido llegar a ser. Odio contra quien no siente dolor. Y hambre, un hambre monstruosa.
El convoy había cruzado el Rhin tres días antes, dejando atrás los últimos fortines de un mundo relativamente seguro. Ahora se movía sobre la linea férrea en direccn Noroeste, rastreando continuamente lo que tenía ante sí. Catorce vagones de un blanco brillo metálico y dos pares de potentes turborreactores escupiendo fuego a popa, en el van de propulsión. En la cabina de proa, esbelta y ovalada como una bala de cañón, el Capitán y otros tres hombres tripulando la máquina desde su cerebro vivo: Un ordenador de viaje, dos pantallas de rastreo, los indicadores de la larga línea de sensores, paralela a la vía. Aquella línea de alerta había sido levantada con sangre y sacrificio. Informaba automáticamente de cualquier corte intencionado o accidental en la vía, calculaba exactamente el punto, tiempo y distancia antes de llegar a él. Los cortes solían ser intencionados, rara vez accidentes. Tres envíos no habían llegado aquel año a destino, ni regresado tampoco. Los equipos de rescate que habían reparado la línea sólo encontraron restos abrasados que dinamitaron para abrir el camino de nuevo. Nunca había cadáveres, los atacantes se los comían.
-Velocidad 225 -indicaba el piloto. El sol salió hace doce minutos.
El Capitán intentó captar alguna diferencia en el horizonte plomizo. Todos los cristales eran panorámicos, todos estaban blindados, ninguno recogía un solo rayo de sol. Se encogió de hombros como casi todas las mañanas. A sus hombres parecía gustarles saber que el viejo sol hacia el viaje con ellos. A él le daba igual. En su mente solo había una idea constante, y todas sus percepciones giraban en torno a ella. El nunca habla perdido un convoy.
Su orden al navegante fue casi un murmullo.
-Informe a Destino: llegada calculada en un día y medio
-Abriendo ventana de transmisión para el Capitán –anunció alguien a su espalda. Capitán. Hacia quince años que le llamaban así. Probablemente ni siquiera recordaban su nombre. A él le costaba trabajo. Era, simplemente, El Capitán. No hacía falta mucho más para aquella clase de trabajo.
UN estruendo llenó el aire a su alrededor, dándole casi una consistencia sólida. Se tambaleó. Un terremoto zarandeaba la tierra bajo ellos, y casi al instante una sirena de alarma lanzó un agudo lamento. Una docena de luces rojas se encendieron en la consola. Alguien gritó casi en su oído que la vía acababa de volar por los aires, justo delante de ellos. Supo que la razón de que se encontrara de pronto en el suelo con la espalda dolorida era que los frenos de emergencia habían respondido. Una voz fría, casi indiferente, llenó los altavoces.
-Linea interrumpida a veinte kilómetros.
-Retrocedan. Máquina a media potencia. Alerta de armamento –ordenó, tranquilo como quien pide un ejercicio de rutina.
La turbina auxiliar instalada sobre la cabina de mando giró sobre su eje al tiempo que los reactores de impulso se apagaban. Arrancó con un brillante resplandor, y comenzó a luchar contra la inercia gigantesca del convoy. Los raíles llenaron el aire envenenado de brillantes chispas y poco a poco la imponente mole comenzó a retroceder. El impulso alejó rápidamente al convoy de la nube de polvo grisáceo que se extendía por el paisaje desde el lugar de la explosión, y que se movía como si tuviera vida propia en el aire helado. Habían dinamitado la vía. Algunos aún podían hacer cosas así, y a menudo se encontraban depósitos de equipo militar bajo las ruinas.
-Alerta de combate -susurró el Capitán cuado la nube de polvo envolvió al tren. El silencio era tan imponente que un grito hubiera parecido una blasfemia. Una cascada de ruidos metálicos recorrió el tren de proa a popa cuando en los techos metalizados se elevaron los ejes hidráulicos de las cúpulas de tiro. El metal se deslizó sobre ocultos pivotes y los artilleros esperaron. Ya habían pasado por aquello otras veces. Sabían que no sería una espera larga. Los cañones de las ametralladoras calibre 50 salieron de sus fundas aceitadas, ansiosos por tararear su canción.
Hombres nerviosos pulsaron los mandos adecuados y comprobaron que las torres giraban y las armas subían y bajaban en sus soportes. Esperaron órdenes. Alguien habló en la cabina como si temiera despertarles.
-Ahí vienen.
Una horda de figuras oscuras se despegó de la tierra quemada y se movió en el interior de la lenta nube que los envolvía. El aire estaba saturado de polvo y escarcha, pero los detectores de infrarrojos no mentían, no podían ser engañados por la nube. Se oyeron débiles impactos en el blindaje.
De algún lugar entre la niebla surgió un estampido seco y profundo, y el Capitán sintió que el pelo se le erizaba en la nuca al reconocer el retumbar de un viejo cañón antitanque. Algo pesado y poderoso esta vez golpeó al tren muy cerca de la cabina, y no necesitó nada más para pulsar el micrófono de mando.
-¡Fuego…! –gritó, y esta vez no le preocupó que el miedo asomara en su voz -¡Fuego a discreción!.
Los cañones de tiro rápido llenaron la atmósfera de pequeños truenos. Barrieron las ruinas en torno a ellos, agujerearon cuerpos en movimiento y convirtieron en humo y polvo lo que antaño habían sido calles y portales.
Pero el sonido profundo y seco volvió a retumbar. Tenían un cañón, algo que no había ocurrido nunca antes. Y eso era malo.
Una torreta defensiva se convirtió en una pequeña bola de fuego. Pedazos de metal al rojo y esquirlas de huesos volaron con ella. Ahora ya sabían ya porqué los dos trenes anteriores no habían regresado. Una sirena lastimera comenzó a aullar muy cerca de la cabina, en el interior de un vagón, indicando que el aire contaminado había entrado en el tren.
-¡Busquen la posición de ese cañón y destrúyanlo! –gritó. Alguien repitió su orden en otro canal.
Las antenas no habían dejado de moverse desde el inicio del ataque, y a pesar de la radiación y las ruinas llenas de hierros retorcidos sabían qué buscar. Un artefacto metálico de media tonelada y muy caliente no podía esconderse entre la niebla. Los atacantes seguían en silencio, dejando que los pequeños aguijonazos de metal en el costado del tren hablaran por ellos. Las antenas oscilaron como cabezas de serpientes,
Los infrarrojos dieron con él muy cerca, entre dos paredes de piedra semiderruidas que flanqueaban la vía a unos cientos de metros.
Se oyeron nuevos chirridos metálicos. Una luz verde comenzó a parpadear en el panel, sobre el esquema del quinto vagón. Un eje articulado brotó cerca de la torreta, giró como la cabeza de una cobra lista para atacar. Un pequeño misil se deslizó sobre unos raíles. La estela de humo que dejaba era un hilo blanco sobre el gris del horizonte. En el lugar donde cayó surgió una extraña flor de pétalos ardientes que lo abrasó todo en un radio de unos cuantos metros. Cuando el rojo intenso se desvaneció ya no habla nada allí, excepto el brillo casi incandescente del metal recalentado y retorcido.
Tan repentinamente como había comenzado el asalto cedió. Sobre la tierra parduzca quedaron algunos cuerpos harapientos, visibles ahora que la nube de polvo se disipaba. Las cámaras de proximidad mostraron rostros que parecían máscaras y manos que casi eran garras. El color gris ceniza del polvo ocultó piadosamente las úlceras y las heridas. Con la muerte cesaba el castigo.
“Dios hace pagar a justos por pecadores”, pensó el Capitán. Los equipos de reparación saltaron a un mundo que ya no era el suyo cubiertos con pesados trajes de protección. Llevaban raíles nuevos para sustituir los hierros retorcidos de la vía, herramientas pesadas y mucha prisa. Tardaron menos de cuatro horas en reparar las vías dañadas. Sabían que alguien, ahí fuera, seguía contemplando el tren con avidez y rabia.
-En marcha -ordenó un hombre cansado.
El convoy tomó velocidad de nuevo, cada vez más rápido, cada vez más cerca del punto de destino. Llevaba quince tripulantes menos a bordo y habla ganado peso en dolor y cansancio.
No hubo más incidentes. Atravesaron ciudades fantasmales cuyos edificios ahuecados ofrecían albergue a extraños cuervos con alas sin plumas. Al atardecer, por un instante, la densa nube gris que cubría el cielo se rasgó, y un cielo sucio y herido dejó pasar por un instante la luz del sol. El paisaje se mostró entonces con crudo detalle, el barro brillante y ardiente y los hongos legamosos cubriendo el suelo donde no había asfalto; las extrañas plantas negras retorcidas y las nubes de moscas zumbando a la búsqueda de cuerpos donde inyectar sus larvas; las criaturas que se arrastraban, indiferentes, y los trozos podridos de seres imposibles que por un instante se habían arrastrado vivos sobre la tierra. Y entonces recordaron porqué solían pensar en la semioscuridad como en un piadoso regalo, y se alegraron cuando el cielo corrió otra cortina de nubes sobre las vías.
Al día siguiente llegaron a destino. El primer convoy en más de un mes. Vieron el puerto lleno de trineos de hielo gigantescos, y una costa sucia y gris más allá de la cual el hielo cubierto de cenizas se extendía aparentemente hasta el infinito. En la colonia excavada en la roca pudieron descansar algunos días mientras llegaban los barcos de alimentos que se abrían camino con bombas de ignición. Después las enormes máquinas descargaron los paquetes, y los hombres del tren comenzaron a removerse inquietos alrededor de la transferencia de carga. El cielo opresivo del Norte y la vista de la inmensidad helada los trastornaba, y las gentes de la colonia rocosa no tenían razones para ser habladores ni alegres.
Apenas había subido a bordo el último paquete los motores rugieron y el convoy tomó velocidad sobre la vía. Sabían que los ataques serían ahora más desesperados, pues los habitantes de las ruinas sabían que los trenes que corrían hacia el sur lo hacían cargados de comida sana, alimentos cultivados al resguardo del aire letal, lleno de enemigos invisibles.
El tren aceleró hacia el sur, dejando atrás las últimas luces del territorio amigo. Al pasar junto a los focos, su nombre brilló por ultima vez antes de sumergirse en la oscuridad. El Estela de Plata llevaba nueva torreta y un nuevo misil.
También tenía un Capitán. Nadie, tal vez ni siquiera él mismo, recordaba su verdadero nombre. Para todos era El Capitán. No hacia falta mucho más para aquel trabajo.
Era impresionante ver avanzar al convoy en el prematuro amanecer de aquel cielo infectado, una aguja de plata flexible corriendo sobre un trenzado de acero. Cuando encendía sus luces era imposible mirarlo fijamente, corriendo a más de doscientos kilómetros por hora, dejando casi atrás el reflejo de sus propios focos. El diseño del mejor tren, un derroche de energía, poder e ingenio, corriendo como una bestia en libertad condicional, pudiendo elegir su velocidad pero no el camino.
Devoraba kilómetros...

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No me entusiasma colgar cuentos en internet. Creo que el lugar adecuado para un relato, si merece la pena, es el papel, y si no se lo ha ganado, el cajón o el disco duro de cada uno. Colgar cosas en internet es demasiado fácil, y educado en la vieja tradición judeocristiana del esfuerzo y la culpa, las cosas demasiado fáciles no me hacen sentir bien.
Sin embargo sí me gustan los microrelatos, y en cierta medida creo que internet es más su hábitat natural, pues son un fenómeno creciente que la red ha favorecido. Por esta razón -y porque no me había dado tiempo a hacer una entrada como es debido -colgué en su día Samarkanda en este blog.
Después de la movida organizada con ese pequeño cuento creo que un relato a modo de compensación es lo menos que se debe. Estaba buscando uno lo bastante antiguo y lo bastante desconocido como para que resultara novedoso y que a ser posible no estuviera publicado y de pronto la actualidad vino en mi ayuda.
La movida de Irán y su escalada nuclear me recordó que la nuestra es la última de las generaciones de la Guerra Fría, y que muchas de las sensaciones y modos de enfrentar la vida que el mundo nos comunicaba cuando eramos niños serían hoy inimaginables para alguien nacido después de la Perestroika (hoy los temores son otros, distintos y quizá menos apocalípticos y por ello también menos literarios).
Este es un cuento de esa era distante, y también de un modo de pensar concreto, terrible y al mismo tiempo de una ingenuidad llena de ternura. Vivíamos con la amenaza de los misiles sobre nuestras cabezas (había tres apuntando a donde vivo, como supimos luego), y bajo la idea, hoy alucinante, de que el amanecer del día siguiente fuera mucho más brillante de lo que debía y a la vez el último. Bastaba que alguien, en algún lugar distante del mundo, apretara un botón para la traca final.
Y eso generó multitud de obras, novelas, películas y cuentos. Algunos de una extraña belleza, en medio del horror que relataban. Otros de una tristeza casi insoportable, como la película On the Beach. Y otros de una ingenuidad pasmosa, como éste mío. Sí, algunos pensábamos que alguien sobreviviría a pesar de todo. Supongo que teníamos que pensar eso para poder vivir asi...
Vuestro, afectuosamente
Skalagrim.

03 febrero 2006

Recordando a Kipling


Pensaba yo que una vez terminados los agobios del maldito cierre de año, la facturación y la madre del cordero podría recuperar el ritmo del blog, hacer de su periodicidad algo atractivo y sobre todo ir sacando cuestiones que la vida me iba obligando a dejar en el tintero, pero está claro que la realidad es, además de tozuda, socarrona. Tenía, por ejemplo, un viejo cuento recuperado y corregido para colgar a modo de desagravio después del follón de Samarkanda, pero mucho me temo que tendrá que esperar.
La razón es bien sencilla: hay cosas que uno tiene que comentar o revienta. Hay dias, semanas enteras, en que la ignorancia, la estupidez, los lugares comunes, los tópicos y el hablar por no callar alcanza niveles de cretinez tan preocupantes que si uno no saca lo que lleva dentro y empieza a desmontar superficialidades acaba por darle una ulcera. Y yo con la guerra que me da mi querido hígado ya tengo bastante...
¿Y a que viene todo esto? Bueno, quien haya abierto un periódico o haya escuchado un telediario estos dias habrá oído hablar de la movida que se ha montado a cuenta de unas caricaturas de Mahoma y personajes o situaciones relacionadas con el islam publicadas por un periódico danés. Las tales caricaturas -doce en total -han encendido al mundo islámico, que ultimamente arranca a la media vuelta, y han promovido una oleada de reacciones exageradas, dramáticas y en crescendo que van de la típica reunión en la calle a tirar tiros -¿es que todo el mundo tiene un kalashnikov en casa al este de Ibiza? - hasta la invasión y saqueo de embajadas de países nórdicos, el boicot económico, la retirada de los medios diplomáticos y otras lindezas (entre ellas, la colocación en las calles y zocos de muchas ciudades de Oriente Medio e incluso de Extremo Oriente de banderas danesas para que las mamás conduzcan diligentes a sus niños hacia ellas para pisarlas).
Hasta aqui todo era más o menos esperable. Lo de salir a la calle a tirar tiros y meter berridos contra Occidente (vestidos incongruentemente con camisetas del Barça y chandalls de Adidas) es algo a lo que ya estamos acostumbrados. Que además los gobiernos islámicos tengan idas de olla también entra dentro de lo cotidiano. Si fueran gente normal y con sentido del decoro dejarían de robar a manos llenas a su propia gente y ésta no tendría que tirarse al mar con un flotador de patito para buscarse el pan y una vida decente en ese Occidente tan odiado. Lo de retirar y devolver embajadores me suena a truco de la diplomacia para visitar a los amigos y ver a la familia, pero igual hasta puede preocuparme si sonmuchos. Lo de quemar y asaltar embajadas, aunque se había practicado antes, ya es más grave (al menos esta vez la gente que estaba dentro ha podido salir).
Lo de las amenazas de muerte a los editores y periodistas y el anuncio de atentados tampoco es sorprendente, porque las amenazas a todo el que no piense de forma idéntica a esa gran construcción monolítica y pétrea que parece el Islam son algo habitual -ahí está la "fatwa" de Rushdie o el asesinato del cineasta Theo Van Gogh en el 2004 por su película sobre la situación de la mujer en el mundo islámico... Y bueno, lo de pedir la destrucción del estado de Israel por unas caricaturas en Dinamarca, porque llueve, porque no llueve, porque Abu Dabi ha quedado fuera del mundial de fútbol o porque no haya galletas de coco light también es bastante frecuente. Todo el mundo, civilizaciones enteras, de hecho, tiene sus fijaciones.
No, esta vez lo que me ha alucinado verdaderamente es la respuesta de parte de la prensa, de algunos políticos y, en general, del mundo occidental.
Porque a tenor de la crisis galopante han comenzado a salir, como es costumbre últimamente, las voces del absurdo. Y esta misma mañana se ha podido oír en la radio por parte de un “experto en el mundo musulmán” que bueno, que sí, que hay que comprenderlos, que puede que tengan su parte de razón, y que hay que tener cuidado con la sensibilidad de la gente, y que la libertad de expresión sí, bueno, claro, pero que según y como, y que después de lo ocurrido con Rushdie precisamente, Occidente debería de haber aprendido que hay cosas que no se pueden decir...
Si llego a estar conduciendo, me mato fijo.


Y luego, por supuesto, llegaron los listos. La gente que entiende de lo divino y de lo humano. Que sabe de todo, opina de todo, sienta cátedra de todo y esparce su analfabetismo funcional mamado en las facultades de periodismo como quien salpica en la playa a los que no se bañan. Y así, he oído a toda una caterva de deficientes culturales profundos explicar a los oyentes y televidentes que, como está prohibido para el Islam representar al Profeta Mahoma de cualquier modo visible, el problema es de carácter religioso.
Como habré podido yo vivir hasta este día sin su iluminación...
Y entretanto el gobierno danés y el periódico de marras, que en un principio no veían donde estaba el problema, han acabado por bajarse los pantalones y han pedido disculpas a los musulmanes por la ofensa, y la UE, lejos de actuar en apoyo de Dinamarca y la libertad de prensa se ha salido por los Cerros de Úbeda diciendo que como se enteren de que hay boicot contra los productos daneses van a denunciar el asunto ante la Organización Mundial de Comercio, que es más o menos lo mismo que decirle a la seño que Ramírez te ha escupido cuando ya estás en bachillerato. Y ahí sí que ya he tenido que reírme, por no llorar, porque a continuación una señora especialista en el Mundo Árabe y experta socióloga -que en el mundo islámico jamás hablaría en la radio, ni daría clases de nada en ninguna universidad, ni saldría de casa sin permiso de su marido -decía que había que "dignificar las religiones", y que la libertad de expresión estaba muy bien como derecho, pero con matices.
Y yo, imbécil de mí, toda la vida pensando que con lo que había que tener mucho cuidado era, precisamente, con la preservación de esos derechos fundamentales sin matiz alguno. Porque esos derechos, cuando se vuelven divisibles y matizables, desaparecen a una velocidad de vértigo.
Y todo esto me ha hecho pensar, lo cual es un ejercicio duro, inútil y peligrosísimo, pero necesario, y he acabado por hilar una serie de reflexiones al caso que espero sean de alguna utilidad, aunque solo sea como contraste, y que son las siguientes:

a) Tonterías de Tertulia
Lo de la representación del Profeta en efigie tan repetido en las tertulias es lo aquí en el terruño llamamos "Sabiduría de Chigre", que consiste a grandes rasgos en decir generalidades oídas en alguna parte que a base de ser repetidas a grandes voces acaba por pensarse que son asunto de verdad y gran enjundia. La excusa es que la gente, cuando lo hace en bar, suele estar un poco cargadita. Desconozco el estado etílico habitual de los tertulianos de la radio, pero lo que ninguno ha explicado, probablemente porque no tenía ni puta idea de qué coño estaba diciendo, es que el precepto del Islam prohíbe de hecho la representación de cualquier figura de hombre o animal –no sólo la del profeta -y tiene por objeto impedir la idolatría. Fue copiada, como casi todos los preceptos islámicos, del judaísmo, y durante un tiempo fue también una idea dominante en la cristiandad, originando la controversia de los Iconoclastas. En realidad fue superada en el propio mundo islámico en su época de esplendor por poco práctica -a ver cómo iban a estudiar medicina los grandes médicos árabes de la Edad Media sin dibujar cuerpos humanos -y tampoco fue muy respetada desde el punto de vista artístico, como queda patente en la reproducción de alfombras, tapices, mosaicos y todo tipo de grabados, siendo las detalladas pinturas persas algunas de las obras de arte más exquisitas jamás creadas, y en las que pueden verse amantes en acción (sus reproducciónes escandalizaron al occidente victoriano), cacerías, héroes y batallas, a veces con cientos de figuras excepcionalmente detalladas y de una exquisitez impresionante. Y sí, he dicho persas. Persas del actual Irán del fundamentalismo, el mismo, por cierto, en el que Omar Khayyam escribiera en el siglo XI en su Rubayait

Cuando muera habrán muerto las rosas,
los cipreses, los sabios bermejos y el vino perfumado.
No habrá más albas ni crepúsculos, ni penas ni alegrías.
El mundo habrá dejado de existir.

Y eso que el vino también está prohibidísimo para el musulmán fundamentalista, pero claro, ¿para qué demonios leer a Khayyam pudiendo pegar una perorata fácil en la radio, o quemar una embajada…?
Y ya que hablamos de prohibiciones, ¿es que no saben los terroristas suicidas que el suicidio está tajantemente prohibido para el musulmán? ¿Lo sabrán los clérigos que convencen a jóvenes y niños en sus mezquitas para que se lancen con una bomba pegada al cuerpo sobre otros seres humanos? Me pregunto.


b) Hiriendo sensibilidades
Otro de los argumentos dados para justificar el cabreo y las amenazas de muerte es que los musulmanes se han ofendido ante la identificación Islam = terrorismo que se hacía en alguna de las viñetas. Curiosamente no ha habido manifestaciones de repulsa ni quema de banderas cuando han sido degollados rehenes civiles en Irak. Ni siquiera leves condenas ante el espectáculo de los dos ingenieros alemanes secuestrados, o la probable ejecución de cuatro pacifistas occidentales que estaban en Irak para protestar contra la ocupación (encima); ni una palabra de indignación ante el espectáculo de esa chica norteamericana a la que obligaron a ponerse un burka para salir llorando en un vídeo porque se la van a cargar casi fijo. En cambio sí se sabe que hubo jolgorio y quemas de banderas a lo largo y ancho de Oriente Medio cuando se produjo el 11S, con la consabida fiesta de tiros al aire para celebrar la hazaña inmobiliaria de recalificar la Gran Manzana a costa de unos cuantos miles de oficinistas y camareros que nunca habían roto un plato. También hubo alguna celebración en la calle por lo de nuestro 11M, a pesar de nuestros lazos de amistad tradicionales con el mundo árabe y bla bla bla. En fin, que los que lo lamentaron al parecer lo hicieron en silencio, y los que lo celebran son más ruidosos, y nosotros no deberíamos criminalizar al mundo islámico y todo eso, pero a la gente, cuando le ponen bombas en las estaciones donde toma el tren todos los días, se le pone la sensibilidad como escarpias. Y quizá el hecho de que el terrorismo islámico proceda de musulmanes haya originado que, al tocar el tema, los daneses no hayan optado por hacer caricaturas de los chinos de las tiendas de Todo a Cien...
Por otra parte es probable que esas mismas tendencias al dramatismo y a las reacciones exageradas hayan influido en la elección de algunos rasgos del actual Islam como blanco de ironías. Al fin y al cabo, se caricaturiza el exceso, y el exceso precisamente es lo que más ha abundado estos días. Tú publicas unos dibujos, yo te quemo unas embajadas. Un justo equilibrio. Como decía un conocido mío “Yo he perdido el reloj, a ti se te ha muerto tu padre, vaya día que llevamos…”.

c) ¿La mejilla de quien, dices...?
Lo de que el Islam es una religión de paz es otra de mis patrañas generalizadas preferidas, y además es enormemente clarificadora porque implica que quien la dice no tiene ni puta idea de qué coño está diciendo ni de qué habla.
Para los musulmanes su Era se inicia en el año 622 d.C., con la Hégira o Huida de la Meca a Medina de los primeros musulmanes. La Huida se debió a que los habitantes de la Meca estaban hartos de ellos por diversas razones, y acabaron echándolos de la ciudad. Pronto esa opción iba a dejar de ser una opción. En el año 624 (batalla de Badr), dirigidos por el propio Profeta, ya le estaban dando caña a las caravanas de su antigua ciudad. En el año 630 habían conquistado la Meca.
En el 633, sólo un año después de la muerte del Profeta, ya están los musulmanes atacando al imperio de los Sasánidas, a los que derrotan en Hira. En solo 4 años se habrán apoderado de Siria, Irán e Iraq y estarán atacando a los bizantinos. En términos comparativos, es como si Jesucristo, en lugar de expulsar a los mercaderes del templo, hubiera tomado al asalto Jerusalén, y como si al año de crucificado Jesus, Pablo de Tarso hubiera pasado a cuchillo él solo a todos los romanos de Galilea. Más o menos así sería la progresión militar de esa "religión de paz"...
De modo que puede resultar poco oportuno decirlo, puede quedar muy lejos de lo gilipoliticamente correcto aseverarlo y seguramente será duro para muchos escucharlo, pero el caso es que el Islam nace con la espada en la mano, y desde un primer momento sabe como utilizarla.
Obviamente, el cristianismo -y si nos ponemos, también el judaismo -ha sido muy capaz a la hora de llenarse las manos de sangre. Sin embargo no sólo el proceso fue más lento y lleno de contradicciones -el cristianismo tarda cuatro siglos en alcanzar el poder desde su fundación, lo que implica todo un proceso de adaptación y aprendizaje -sino que además su propio dinamismo de enfrentamientos internos desembocó con el tiempo en un sistema social, tecnológico y político que ha aportado a la humanidad las herramientas necesarias para alcanzar la prosperidad, y que otras civilizaciones han podido utilizar en provecho propio. El Islam, en cambio, a partir de unos prometedores comienzos, ha sufrido un proceso de continua involución que le ha llevado al siglo XXI con una auténtica Inquisición en marcha, los clérigos gobernando naciones, la religión inseparablemente unida a la vida social y cultural hasta asfixiarlas y la mujer sometida a unas condiciones de vida, educación y derechos penosas que lastran a todo el sistema social de una forma insidiosa.
Resumiendo, que aunque los paralelismos forzados entre religiones y una buena carga de analfabetismo histórico pueden tergiversar mucho las cosas, no hay en el Islam, por ejemplo, un "poner la otra mejilla" doctrinal. La base del Islam no es el amor, sino la obediencia. Es la sumisión a Dios, literalmente el "enardecimiento" por Dios. Y cuando se deja que eso rija en todos sus aspectos una sociedad, las posibilidades de entenderse con ella se ven virtualmente reducidas a cero (a no ser que seas tú quien cede en todos los aspectos). Y así, la sociedad que hoy exige respeto y se encoleriza ante unos dibujos prácticamente infantiles contempló en su día con indiferencia como eran dinamitados y derribados a cañonazos los Budas Gigantes de Bamiyán por los talibanes, del mismo modo que les parece natural el apedreamiento de una mujer hasta matarla, la ablación del clítoris de las niñas, la pena de muerte en Arabia Saudí o Emiratos para quien construya o practique su culto en una iglesia o sinagoga y otras lindezas por el estilo.

d) Recordando a Kipling.
Se ha llegado así a una situación que sería divertida, casi ridícula, si no fuera dramática.
Los gobiernos islámicos han exigido a los gobiernos europeos, particularmente al danés, pero también al noruego y al francés, que retiren las caricaturas de los periódicos, ya que la prensa, única línea de resistencia al chantaje en el mundo occidental, ha repetido masivamente las caricaturas en sus portadas en apoyo a los daneses.
Los gobiernos europeos han manifestado que eso era imposible, y aquí es donde volvemos una vez más al auxilio de los clásicos. Porque seguro que nadie ha leído últimamente a Kipling.
Y es que el escritor y periodista británico, cronista por excelencia del colonialismo, explicó hace ya más de un siglo que Oriente y Occidente estaban condenados a no encontrarse, dada la imposibilidad de comunicarse por la falta de un lenguaje y unas bases comunes sobre las que edificar esa relación. Y así, los gobiernos cuyos principios legales son indivisibles de las normas religiosas y cuyas órdenes directas cierran y abren periódicos y emisoras son incapaces de comprender porqué los gobiernos europeos no pueden hacer lo mismo. La realidad de una sociedad laica donde el fenómeno religioso es un acto íntimo y personal y el acto político es un hecho público que no tiene nada que ver con normas religiosas les resulta tan inconcebible como antinatural la expresión "separación de poderes". Sencillamente no lo comprenden, o en su defecto, cuando lo hacen, su mayor afán es destruirlo.
Puestas así las cosas, una Europa Occidental amedrentada y sola ha agachado la cabeza y ha empezado lo que será sin duda una larga serie de errores encadenados, el primero de los cuales ha sido pedir disculpas. Los daneses han pedido perdón por cómo y qué publicaban en sus periódicos en Dinamarca, aceptando la culpa como si hubieran lanzado las caricaturas en forma de octavillas por todo Oriente Próximo. Y a continuación, ante el vergonzoso silencio cobarde de la izquierda europea, un conjunto de naciones corruptas, satrapías orientales, reinos feudales de opereta y republicas datileras han puesto firmes a los gobiernos de la Unión, que ha empezado a plantearse que a lo mejor tampoco son tan absolutas las libertades de expresión y prensa, y que los derechos fundamentales pueden parcelarse como si fueran huertos para jubilados. Y uno, que se había tenido por progresista toda su vida, y que había pensado que la defensa de esos principios era algo que a estas alturas ya no se discutía, ha sentido un deseo incontenible, colérico y salvaje de tener también un kalashnikov y un pasamontañas para defender su modo de ver la vida, y que las naciones al otro lado del mundo cambien sus periódicos y vistan a sus presentadoras de televisión como a mi me dé la gana.
Porque el proceso abierto con todo este vergonzoso fenómeno tiene muchas más lecturas de las que las organizaciones políticas y los gobiernos europeos pueden prever en su ceguera. Y es que toda sociedad, cuando es llevada al límite, reacciona a la defensiva, y aunque en este momento toda la atención se centra en los sentimientos y deseos de las poblaciones musulmanas que protestan (y me juego la paga de marzo a que ni el 10% de esos bárbaros ha visto las caricaturas, es decir, están indignados de oídas), los países que han visto amenazada su libertad de prensa y despedidos a los directores de sus periódicos también sienten y piensan, y probablemente estén muy cabreados…
Y probablemente no les guste ver sus banderas pisadas por gentes que en cuanto puedan se subirán a una patera y acudirán a miles a llamar a las puertas de esas sociedades abiertas a las que tanto odian.
Y seguramente no les gustará comprobar como se ponen en peligro logros y garantías que han convertido a Europa Occidental en el lugar más seguro, próspero, libre y digno de la historia de la Humanidad.
Y es muy posible que no les haga ninguna gracia saber que los mismos que hoy amenazan a sus nacionales y queman sus embajadas estarán mañana en Dinamarca o Francia a la búsqueda de derechos y logros sociales que en sus propias patrias ni se habrían atrevido a soñar, y que a esas exigencias además añadirán la pretensión de que sus costumbres, modos de vida y vicios políticos, las mismas taras que hundieron a sus sociedades de origen en la miseria, les sean garantizados a costa de los modos de vida y las propias costumbres y leyes de las sociedades que les acogen.
Y puede que todo esto, a pesar del humanismo, de la paciencia, de la riqueza, de los principios y de las buenas intenciones que llenan hoy a las sociedades europeas, acabe por llenar el vaso. Y si dentro de unos meses ese partido danés que pide un norte escandinavo y sin inmigrantes y que ya tiene un 25 % del apoyo de la población arrasa en las elecciones, puede que alguien comprenda que los daneses, aunque no salgan a la calle con la cabeza envuelta en pañuelos y tirando tiros, también se cabrean. Y si en las próximas elecciones francesas el Front National se hace con más escaños en la Asamblea Nacional y más diputados locales y provinciales de lo que nunca hubiera soñado tener, nadie debería asombrarse y preguntar qué ha pasado, porque sencillamente estos polvos habrán originado esos lodos, y entonces de verdad los islamistas radicales habrán conseguido minar las bases de algo que no podemos permitirnos el lujo de perder.
Y en fin, que mal vamos. Pero que muy mal.

Vuestro, afectuosamente

Skalagrim

Postdata 1: Me ha costado, pero he encontrado las caricaturas en Internet, y por supuesto, aquí están algunas. Por ser no son ni ingeniosas, y desde luego mi abuela era mucho más cruel con las vecinas que le caían bien. El caso es que aquí están las menos aburridas. Considéreseme pues ajusticiado en efigie, y si alguien siente el prurito insoportable de quemar mi bandera o algo parecido, el dibujo son trece roeles de gules en campo de plata. Trece bolas rojas, vamos...

Postdata 2: Los Estados Unidos se han unido al mundo islámico en su indignación, lo que demuestra que la vida real es mucho más divertida y desconcertante que el cine. Para que no sufran ni se sientan apesadumbrados por la visión de las caricaturas del Profeta, los presos de Guantánamo seguirán con los ojos vendados todo el día. Impresionante.

Postdata 3: A aquellos, que al parecer son legión, que ignoran la importancia de la caricatura en la libertad de expresión les recomiendo la visión de “El Escándalo de Larry Flint”. Al final del film, Edward Norton, en el papel de abogado del creador de Hustler, desarrolla ante el Tribunal Supremo de los Estados Unidos la necesidad de que la crítica mordaz, e incluso la burla o el escarnio sean posibles en una sociedad libre. Y de pronto me ha dado por pensar que con los mismos argumentos que han utilizado los expertos pro islamistas de estos días, los nazis hubieran impedido, por ejemplo, el rodaje de “El Gran Dictador”. No entiendo como se le pudo pasar por alto a Goebbels…
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