"Muestrame la humildad de tu corazón y no la de tu rodilla, cuyo homenaje es falso y engañoso..."
...le digo a Oliver mientras lleno su cuenco, y entonces toda su alegría e interés por mi persona se convierten en desconfianza, y me mira indeciso, con una ligera desaprobación en sus ojos ambarinos. Puedo leer en ellos que opina que estoy como una cabra, pero al menos opina algo, y supongo que he de estarle agradecido. En los gatos esa es una rara e inestimable atención.
Nunca pensé que llegaría a tener gatos. Siempre me había visto a mí mismo como propietario de un perro grande, un bicho enorme y fiel que seguiría mis pasos por las playas invernales y las calles mojadas que conforman mi mundo. Cuando era un crio -quiero decir más crio que ahora -soñaba con un San Bernardo o un Pastor Alemán. La repuesta de los adultos siempre era que ni de coña, o en su defecto un grito de mi madre diciendo que ya tenía bastantes animales en casa. Una vez tuve un pollito, pero casi no lo recuerdo. No debió ser nada demasiado emocionante (hablo por mí, claro, ignoro cuales fueron las conclusiones del pollo). Luego hubo un pez naranja un tanto estresado, nadando en una pecera redonda junto al televisor (obsérvese que digo "junto" y no "frente", al bicho no se le permitía ni el más mínimo entretenimiento, como si tuvieran miedo de que se detuviera a ver el telediario y dejara de nadar...).
De hecho la opción de tener un gato, mucho más lógica, puesto que vivíamos en un piso, ni siquiera se planteaba. Mi madre tiene una mirada verde, capaz de una helada desaprobación, y supongo que no quería ninguna competencia.
La primera mascota medianamente participativa que tuve fue un hámster (lo siento, sí, voy a contar lo del hámster). El marido de una de mis tías trabajaba en unos grandes laboratorios farmacéuticos de Paris. Un día, cuando yo era ya un adolescente fogueado en las cosas de la vida, vino a casa con un bicho de pelo largo leonado y mirada majestuosa dentro de una caja. Era un hámster muy parisino, muy chic. No parecía una rata sin cola, como la mayoría de los hámsters que se veían por ahí. Nunca le pusimos nombre, pero le dimos una vida que pocos hámsters se pueden jactar de haber tenido. Siempre que cuento esto acabo teniendo problemas con los amigos, problemas derivados de nuestra percepción distinta de una misma realidad. Según ellos, soy un cabrón y torturé al pobre hámster (bueno, la primera parte de la afirmación no la relacionan con el hámster directamente, creo que es algo más general).
Desde mi punto de vista, en cambio, el hámster fue un Hércules, un Ulises, un Indiana Jones de los hámsters. Nunca tuvo una de esas ruedecillas donde volverse loco y correr como un gilipollas sin ir a ningún parte. Yo lo metía en el Caza Tie Imperial que nos habíamos apropiado en Reyes y el ratón gabacho sobrealimentado volaba raudo por la casa, rozando las paredes del cañón de la Estrella de la Muerte (el pasillo), con las torretas láser activadas (mi hermana disparando lápices con los cañones de los Madelman) e intentando alcanzar al caza rebelde al que perseguíamos (mi hermano con un Caza X sin piloto, nunca logró meter en él al pez, el agua se escurría de la cabina). A veces las compuertas del caza imperial se abrían al volar boca abajo (se despegaba la cinta aislante) y el bicho experimentaba una caída libre de varias "g", como cualquier astronauta. Otras veces era Chewbacca en la fortaleza rebelde que habíamos construido con una vieja cafetera eléctrica. Algunas veces era un licántropo que atacaba el campamento del madelman cazador (si, el pequeño colonialista cabrón con salacot que tenía un criado negro). Y a menudo también le tocaba ser el Rancor de las figuras Star Wars pequeñas de los Micromachines, y aprendía por las malas que uno no puede ganar siempre, aunque sea un Rancor venido de Paris...
Asi pues, desde mi punto de vista y por lo que sé de los hámsters, el bicho tuvo una vida incomparable. Navegó intrépido por la bañera en la lancha a pilas de los Geyper, recorrió una piscina subido en mi barco del Missisipi guiado con carrete, experimentó los inicios de la aerostática subido en globos llenos de helio (los mordía y claro, nunca llegó muy lejos...). Su vida era como una mezcla de James Bond y La Taberna del Irlandés (le dábamos dedalitos de DYC y spaguettis y al tercer dedal hasta se movía como Lee Marvin). No pudimos hacernos con una hámster hembra para completar sus expectativas, y la insidiosa renuencia del pez a llegar a un acuerdo (nadaba en la pecera redonda que lo flipabas cuando tirábamos dentro al hámster) le privó de otras experiencias, pero no me cabe ninguna duda de que si los hámsters contaran historias sobre sus héroes alrededor del fuego el nuestro sería uno de los más grandes...
Como todos los héroes, tuvo una muerte trágica. Mi madre tenía la puñetera costumbre de cambiar de sitio las cosas y dejar las ventanas abiertas, y es imposible trazar rutas aéreas seguras en esas condiciones. Le habíamos construido un deslizador de diseño propio con los restos de una maqueta de un Panzer, un caza F-101 y una torpedera del Pacífico, y volaba intrépido agarrado a su torreta cuando se encontró con una ventana que no debería estar ahí. Quedó agarrado por los piños al marco de la ventana, se soltó y cayó en un florero que se interpuso entre él y el mullido sofá de las colinas de Tatooine. La hostia también fue de leyenda, y aunque sobrevivió a la caída nuncs volvió a ser el mismo. Un par de meses más tarde se comió su propia caseta y murió ahogado al llegar a los barrotes. Siempre lamentamos no haberle puesto un nombre, y me gustaría que hubierais visto la cara de los compradores del piso, años más tarde, cuando les expliqué que aquella piedra blanca y cuadrada en la macetera de la terraza era la tumba de un hámster incorrupto que les convenía no profanar (lo de incorrupto no es ningún misterio, sumergid cualquier cosa en DYC...).
Asi pues, desde mi punto de vista y por lo que sé de los hámsters, el bicho tuvo una vida incomparable. Navegó intrépido por la bañera en la lancha a pilas de los Geyper, recorrió una piscina subido en mi barco del Missisipi guiado con carrete, experimentó los inicios de la aerostática subido en globos llenos de helio (los mordía y claro, nunca llegó muy lejos...). Su vida era como una mezcla de James Bond y La Taberna del Irlandés (le dábamos dedalitos de DYC y spaguettis y al tercer dedal hasta se movía como Lee Marvin). No pudimos hacernos con una hámster hembra para completar sus expectativas, y la insidiosa renuencia del pez a llegar a un acuerdo (nadaba en la pecera redonda que lo flipabas cuando tirábamos dentro al hámster) le privó de otras experiencias, pero no me cabe ninguna duda de que si los hámsters contaran historias sobre sus héroes alrededor del fuego el nuestro sería uno de los más grandes...
Como todos los héroes, tuvo una muerte trágica. Mi madre tenía la puñetera costumbre de cambiar de sitio las cosas y dejar las ventanas abiertas, y es imposible trazar rutas aéreas seguras en esas condiciones. Le habíamos construido un deslizador de diseño propio con los restos de una maqueta de un Panzer, un caza F-101 y una torpedera del Pacífico, y volaba intrépido agarrado a su torreta cuando se encontró con una ventana que no debería estar ahí. Quedó agarrado por los piños al marco de la ventana, se soltó y cayó en un florero que se interpuso entre él y el mullido sofá de las colinas de Tatooine. La hostia también fue de leyenda, y aunque sobrevivió a la caída nuncs volvió a ser el mismo. Un par de meses más tarde se comió su propia caseta y murió ahogado al llegar a los barrotes. Siempre lamentamos no haberle puesto un nombre, y me gustaría que hubierais visto la cara de los compradores del piso, años más tarde, cuando les expliqué que aquella piedra blanca y cuadrada en la macetera de la terraza era la tumba de un hámster incorrupto que les convenía no profanar (lo de incorrupto no es ningún misterio, sumergid cualquier cosa en DYC...).
Luego tuvimos una cotorra. Nunca dijo nada inteligible, comía toneladas de pipas, pegaba unos chirridos horribles y dejaba la jaula hecha un asco. Aunque se escapó un par de veces de la jaula nunca intentaba huir, sólo atacarnos. Finalmente mis padres tuvieron la feliz idea de irse de vacaciones dejando a un adolescente solo en verano en una ciudad turística y con dinero (el adolescente era yo) y al cargo del animal. Presa de la lujuria y el desenfreno propios de la juventud (pero he mejorado mucho), no recordé hasta una semana más tarde que teníamos una cotorra. Fue un entierro breve, pero emotivo.
Poco después abandoné el hogar familiar, con gran regocijo por ambas partes, y entonces descubrí que Cris tenía un gato. Por llamarle algo. Era un bicho atigrado y enorme. Malvado. No soportaba a nadie en casa, y cuando los sobrinos de Cris venían de visita había que encerrarlo en una habitación y dejarlo aullar mientras se lanzaba sobre la puerta. Atacaba a las visitas, a la familia, a los lectores de contadores del agua y a los pobres de pedir. Un animal, en fin, de difícil carácter, pero con ciertas virtudes. Llegamos a un acuerdo de convivencia después de algunos rifi rafes que incluyeron una raqueta, gafas de seguridad y unos guantes para trabajos con alambre de espino. Finalmente creo que llegó a tomarme cariño. Un día hasta se me subió en el cuello y ronroneó. Un poco. Cris, que era la única que podía tocarlo con seguridad, dice que ya estaba senil. Puede que fuera verdad, porque poco después Mussy -el nombre, evidentemente, se lo puso su dueña -atacó a un camión de cinco ejes. Y aún sobrevivió dos dias.
Entonces decidí que tenía que tomar cartas en el asunto. Iba a haber otro gato, eso lo veía hasta un ciego. Vivíamos en un caserón viejo de dos plantas, con un huerto detrás y grietas y madera vieja por todas partes, y si eso no es un reclamo para ratones entonces tampoco lo es una fábrica de quesos...
Entonces decidí que tenía que tomar cartas en el asunto. Iba a haber otro gato, eso lo veía hasta un ciego. Vivíamos en un caserón viejo de dos plantas, con un huerto detrás y grietas y madera vieja por todas partes, y si eso no es un reclamo para ratones entonces tampoco lo es una fábrica de quesos...
He de decir que a estas alturas mi percepción de la verdad sobre perros y gatos había cambiado mucho. Para empezar había llegado a distinguir con claridad entre los ideales y las realidades. Ya tenía responsabilidades, y apenas iniciado el proceso de adquirirlas ya había descubierto que son un coñazo. Todos somos estupendos de visita, y en el cine los perros son una maravilla, pero las películas duran hora y media y nunca se ve al protagonista recogiendo la mierda con una bolsa de plástico. Empecé a vislumbrar la posibilidad de que toda esa lealtad fuera cansadísima. Y empecé a mirar a los gatos con otros ojos.
Para empezar son más independientes. No del todo, claro, pero durante una buena parte del día no te enteras de que los tienes. Duermen mucho. No te siguen.Tu les dejas en paz, ellos te dejan en paz, si te dan el coñazo abres la ventana, se largan y no hay que estar pendiente de ellos. Saben desenvolverse en el mundo, cazan si tienen hambre (y si no también, y hasta eso es bueno, porque es importante tener hobbies). Establecen una zona de influencia que no debe ser violada, un espacio personal, y como yo llevaba haciendo lo mismo toda la vida encontraba en el fenómeno una cierta simpatía. Además son limpios por instinto, y yo soy en ése sentido bastante maniático. Y como encima son unos despectivos e indiferentes hijos de puta, el día que se acercan y te hacen una gracia es casi como si fuera fiesta. Y te arañan y te llevan la contraria cuando te pasas de la raya, y a todo el mundo le viene bien un vapuleo de vez en cuando...
Se sucedieron unos cuantos. Lucas fue un regalo, y era cariñoso e intrépido, y el tren que pasa por detrás de casa acabó con él. Londo I era una auténtico Tabby Inglés, de un naranja vivo, aunque un tanto autista. Seguía a mi hijo a todas partes, y los demás para el era como si no existiéramos...
Cierta noche al llegar a casa oímos unos maullidos débiles en el portal, y encontramos escondida a una gatita minúscula, agazapada en una esquina. No puedo hacerme cargo de todo el dolor y toda la tristeza de este mundo, pero por Dios que puedo intentar pararle los pies a la puerta de mi casa, ahí al menos sí, y Maggie se quedó con nosotros.
Londo I despareció en alguna expedición nocturna, pero no antes de llenar el pueblo de gatos enormes y naranjas de mirada confusa (los Tabbys naranjas tienen algún problema con la situación espacio temporal, quizá porque han dejado de ser ingleses y ahora no saben dónde están). Alguien se descuidó con la inyección de Maggie, y un segundo Londo (otro Tabby) apareció en escena. Los Londos recibían su nombre de Londo Molari, el embajador Centauri de Babylon 5; a los gatos les da exactamente igual y a mi hijo y a mí nos gusta que se note que somos un poco frikis.
Para empezar son más independientes. No del todo, claro, pero durante una buena parte del día no te enteras de que los tienes. Duermen mucho. No te siguen.Tu les dejas en paz, ellos te dejan en paz, si te dan el coñazo abres la ventana, se largan y no hay que estar pendiente de ellos. Saben desenvolverse en el mundo, cazan si tienen hambre (y si no también, y hasta eso es bueno, porque es importante tener hobbies). Establecen una zona de influencia que no debe ser violada, un espacio personal, y como yo llevaba haciendo lo mismo toda la vida encontraba en el fenómeno una cierta simpatía. Además son limpios por instinto, y yo soy en ése sentido bastante maniático. Y como encima son unos despectivos e indiferentes hijos de puta, el día que se acercan y te hacen una gracia es casi como si fuera fiesta. Y te arañan y te llevan la contraria cuando te pasas de la raya, y a todo el mundo le viene bien un vapuleo de vez en cuando...
Se sucedieron unos cuantos. Lucas fue un regalo, y era cariñoso e intrépido, y el tren que pasa por detrás de casa acabó con él. Londo I era una auténtico Tabby Inglés, de un naranja vivo, aunque un tanto autista. Seguía a mi hijo a todas partes, y los demás para el era como si no existiéramos...
Cierta noche al llegar a casa oímos unos maullidos débiles en el portal, y encontramos escondida a una gatita minúscula, agazapada en una esquina. No puedo hacerme cargo de todo el dolor y toda la tristeza de este mundo, pero por Dios que puedo intentar pararle los pies a la puerta de mi casa, ahí al menos sí, y Maggie se quedó con nosotros.
Londo I despareció en alguna expedición nocturna, pero no antes de llenar el pueblo de gatos enormes y naranjas de mirada confusa (los Tabbys naranjas tienen algún problema con la situación espacio temporal, quizá porque han dejado de ser ingleses y ahora no saben dónde están). Alguien se descuidó con la inyección de Maggie, y un segundo Londo (otro Tabby) apareció en escena. Los Londos recibían su nombre de Londo Molari, el embajador Centauri de Babylon 5; a los gatos les da exactamente igual y a mi hijo y a mí nos gusta que se note que somos un poco frikis.
Maggie pasó del amor maternal al odio absoluto de un día para otro, pero Londo II salio adelante hasta ser también enorme, despistado... y desaparecer. Sea donde sea a donde vayan los Tabbys cuando se pierden, aquello tiene que estar a tope.
Y alguien volvió a meter la pata con la inyección, e intentamos encerrar a la gata. Supongo que habéis leído o escuchado alguna vez eso de que la vida se abre paso y te has preguntado qué significa.
Pues significa eso, precisamente, que se abre paso.
Así que hubo movida maternal otra vez y ahora eran tres (esta vez no había ninguno naranja, solo el blanco y negro gatuno de toda la vida y una gatita gris). Cuatro con su madre. Demasiados gatos para una casa, por muy grande que sea.
Había que hacer algo. Siempre he pensado que quien abandona a un animal es un miserable, y que lo que tienes que hacer es matarlos tu mismo -haz tu trabajo sucio o encuentra quien lo haga -o buscarles alojamiento.
La pequeña gatita gris encontró alojamiento enseguida en casa de unos vecinos. Empezamos a sentir un cierto alivio. Quedaban por colocar: Homer (cuando les pones nombre es que ya es demasiado tarde; se quedan) y su hermana Lisa, blanco y negro y negro noche respectivamente. Y de pronto había un gatito más.
Aún no sé como ocurrió. Yo bajé a abrir la puerta de atrás, Homer salió disparado por la de delante, yo le grité a mi hijo que pillara a los otros y salí corriendo tras él. Atrapé a Homer poco después (es un pánfilo, es increíble el poder que tienen los nombres) y lo llevaba de vuelta a casa sujeto por la piel del cuello y levantado ante mi. Entré en la casa, abrí la puerta... y allí estaba un gatito negro y blanco, sentado en el pasillo.
-¿Quien coño es ese? -pregunté.
- Homer -dijo mi hijo.
Yo levanté el gato que llevaba en la mano, que miraba al otro con curiosidad.
- Este es Homer -dije yo.
- Entonces... ¿ése quien es? - Ese nos miraba con la cabeza ladeada, intentando desesperadamente caernos bien.
- Yo pregunté primero...
Y alguien volvió a meter la pata con la inyección, e intentamos encerrar a la gata. Supongo que habéis leído o escuchado alguna vez eso de que la vida se abre paso y te has preguntado qué significa.
Pues significa eso, precisamente, que se abre paso.
Así que hubo movida maternal otra vez y ahora eran tres (esta vez no había ninguno naranja, solo el blanco y negro gatuno de toda la vida y una gatita gris). Cuatro con su madre. Demasiados gatos para una casa, por muy grande que sea.
Había que hacer algo. Siempre he pensado que quien abandona a un animal es un miserable, y que lo que tienes que hacer es matarlos tu mismo -haz tu trabajo sucio o encuentra quien lo haga -o buscarles alojamiento.
La pequeña gatita gris encontró alojamiento enseguida en casa de unos vecinos. Empezamos a sentir un cierto alivio. Quedaban por colocar: Homer (cuando les pones nombre es que ya es demasiado tarde; se quedan) y su hermana Lisa, blanco y negro y negro noche respectivamente. Y de pronto había un gatito más.
Aún no sé como ocurrió. Yo bajé a abrir la puerta de atrás, Homer salió disparado por la de delante, yo le grité a mi hijo que pillara a los otros y salí corriendo tras él. Atrapé a Homer poco después (es un pánfilo, es increíble el poder que tienen los nombres) y lo llevaba de vuelta a casa sujeto por la piel del cuello y levantado ante mi. Entré en la casa, abrí la puerta... y allí estaba un gatito negro y blanco, sentado en el pasillo.
-¿Quien coño es ese? -pregunté.
- Homer -dijo mi hijo.
Yo levanté el gato que llevaba en la mano, que miraba al otro con curiosidad.
- Este es Homer -dije yo.
- Entonces... ¿ése quien es? - Ese nos miraba con la cabeza ladeada, intentando desesperadamente caernos bien.
- Yo pregunté primero...
Un par de vistazos bastaron para discernir que el que yo llevaba el la mano era el auténtico Homer. Los gatos nacidos en casa estaban tranquilos, seguros, casi indiferentes, y sobre todo lucían lustrosos y limpios. El recién llegado era algo más pequeño, tenía los pelos como escarpias y nos seguía, intentando agradar y subirse en nuestro regazo, escalando la pernera de nuestros pantalones y ronroneando sobre nuestras zapatillas. Y cuando se acercó decidido al plato de la comida lo vació en un segundo. Las tres raciones. Luego empezó a maullar tristemente.
- Es como si estuviera pidiendo otro plato -dijo mi hijo, abriendo otra bolsa de galletas. El gato casi saltaba de alegría ante la mirada señorial y solo levemente interesada de los gatos de casa.
- A este no le vamos a poner un nombre de los Simpson -advertí, mirando a mi hijo de reojo. Porque de algún modo, de pronto, había quedado claro en mi mente que éste se quedaba. No se de dónde demonios había salido aquel bicho insignificante que se había colado por la puerta del huerto, pero había sobrevivido allá fuera y luego había apostado por nosotros, entrando decidido en el territorio de unos seres enormes y desconocidos y arriesgándose a la hostilidad de los tres gatos que ya había dentro. De inmediato tuvo mi simpatía. Me gusta que apuesten por mí.
- Este se queda -dije , por si no había quedado claro ya - Y se va a llamar Oliver. Por lo de pedir otro plato. Charles Dickens, muérete de envidia...
- Es como si estuviera pidiendo otro plato -dijo mi hijo, abriendo otra bolsa de galletas. El gato casi saltaba de alegría ante la mirada señorial y solo levemente interesada de los gatos de casa.
- A este no le vamos a poner un nombre de los Simpson -advertí, mirando a mi hijo de reojo. Porque de algún modo, de pronto, había quedado claro en mi mente que éste se quedaba. No se de dónde demonios había salido aquel bicho insignificante que se había colado por la puerta del huerto, pero había sobrevivido allá fuera y luego había apostado por nosotros, entrando decidido en el territorio de unos seres enormes y desconocidos y arriesgándose a la hostilidad de los tres gatos que ya había dentro. De inmediato tuvo mi simpatía. Me gusta que apuesten por mí.
- Este se queda -dije , por si no había quedado claro ya - Y se va a llamar Oliver. Por lo de pedir otro plato. Charles Dickens, muérete de envidia...
Maggie pareció entender lo que yo decía y bufó molesta para después limpiar a sus cachorros con dedicación. Eso reforzó mi decisión aún más.
- Y se queda en el piso de arriba, con nosotros. Por huérfano -añadí (arriba hay calefacción, y sí, soy un sentimental, ¿que cojones pasa?).
Lo de la orfandad dejó de ser una diferencia enseguida, porque Maggie cesaba en su oficio de madre de repente, de un día para otro, como los funcionarios durante la alternancia del XIX, y poco después bufaba a todos con el mismo odio igualitario, como sigue haciendo hasta hoy. Homer y Oliver siempre se llevaron bien, y aún hoy juegan como si fueran hermanos. Homer parece el protagonista de aquella canción de Celtas Cortos que decía "corre mamón que te comen la merienda", y Oliver es una especie de mancha borrosa en movimiento que come seis veces al día y caza moscas cuando no tiene otra opción.
Poco después la pobre Lisa tuvo un sucedido con el tren, que es algo así como la reencarnación de Darwin hecha máquina para garantizar la Selección Natural, y ahora solo hay tres gatos en casa. Y no hemos visto un ratón ni una zarigüella en años, excepto algún cadáver ocasional depositado con cuidado a la entrada del huerto, prueba tan irrefutable como de mal gusto de que el viejo trato entre los gatos y el hombre sobre la protección del cereal sigue funcionando. Y como dice el viejo proverbio árabe, de vez en cuando puedo permitirme el lujo de acariciar a un tigre.
- Y se queda en el piso de arriba, con nosotros. Por huérfano -añadí (arriba hay calefacción, y sí, soy un sentimental, ¿que cojones pasa?).
Lo de la orfandad dejó de ser una diferencia enseguida, porque Maggie cesaba en su oficio de madre de repente, de un día para otro, como los funcionarios durante la alternancia del XIX, y poco después bufaba a todos con el mismo odio igualitario, como sigue haciendo hasta hoy. Homer y Oliver siempre se llevaron bien, y aún hoy juegan como si fueran hermanos. Homer parece el protagonista de aquella canción de Celtas Cortos que decía "corre mamón que te comen la merienda", y Oliver es una especie de mancha borrosa en movimiento que come seis veces al día y caza moscas cuando no tiene otra opción.
Poco después la pobre Lisa tuvo un sucedido con el tren, que es algo así como la reencarnación de Darwin hecha máquina para garantizar la Selección Natural, y ahora solo hay tres gatos en casa. Y no hemos visto un ratón ni una zarigüella en años, excepto algún cadáver ocasional depositado con cuidado a la entrada del huerto, prueba tan irrefutable como de mal gusto de que el viejo trato entre los gatos y el hombre sobre la protección del cereal sigue funcionando. Y como dice el viejo proverbio árabe, de vez en cuando puedo permitirme el lujo de acariciar a un tigre.
De modo que tengo tres gatos. Y sin embargo nunca dije que el asunto del perro quedara completamente descartado...
Por lo demás decir que avanzamos lentamente (lo que no sé es hacia dónde). He cambiado la canción obsequio-regalo y además he contratado un dominio para poder colocarlas sin abusar de la hospitalidad de los amigos, aunque no tengo claro que lo esté haciendo como es debido. Poco a poco. De momento hay un skalagrim.com que aún no tiene página web, pero que algún día podría servir para algo, y además hay una canción en él que espero que os guste. A mi me recuerda un viejo cine de suelos de madera al que me llevaban hace mucho, mucho tiempo, "cuando el mundo era joven y la Muerte solo era un Sueño..." como dice Merlin en Excalibur. Era un viejo cine club de empresa que probablemente tengo idealizado, y en el que recuerdo haber visto "El Ladrón de Bagdad", "Simbad el Marino", "El Alamo" y, sobre todo, la película en la que escuché por primera vez esta canción. No hubo tantos instantes de esos como debiera haber tenido mi infancia, pero recuerdo la promesa de misterio de aquellas tardes de viernes, el suelo de madera, la Fanta en el intermedio y aquellos brillantes colores. Ojalá hubiera tenido más tardes como aquellas, y ojalá hubiera comprendido entonces lo fácil que es salirse del camino de baldosas amarillas, perderse y no volver a encontrarlo.
Pero puedo recordarlo.
Pero puedo recordarlo.
Vuestro, afectuosamente.
Skalagrim
Skalagrim
4 Comments:
Joder, qué rápidos que son los spameros...
¡Cómo me he reído con tu post! Chico, sinceramente, entre el corazón tan grande que tienes, lo particular que eres y lo bien que escribes, el día que escribas una "autobiografía novelada" creo que dejarás pequeñas las cifras de ventas de Códigos, Catones y demás.
Un abrazote.
El día que Amnistia Internoacional entre en tu blog te van a dar para el pelo, torturadorde hamsters.
Je, lo que me he reido, muy bueno el post, con diferencia el mas ... (hum, nose como explicarlo), que he leido en tiempo, chapo.
(creo que se nota tambien un poco que tengo gatos)
pues eso, felicidades
sxalu2
Hola,
Aunque ya me conocía algunas de las historias, me he vuelto a reír un montón.
Es un placer leerte.
Besos
Shere
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